Soy de los que piensan que debemos dotarnos de barreras conceptuales, ligadas al respeto a las personas, absolutamente infranqueables. Líneas rojas, como dicen ahora los políticos, que en ningún caso deben ser cruzadas. Elementos que no debemos aceptar en un esquema de convivencia sano y saludable. Y no me refiero, claro está, a cualquier elemento de debate, sujeto a los intereses y puntos de vista de cada uno. Estoy hablándoles de aspectos, mucho más básicos, ligados al respeto que nos debemos los unos a los otros, y que ha de ser cumplido con mimo y esmero por aquellos que dan con sus huesos en la gestión de lo público. No acepto ni quitas ni matices. El que se supone que sirve a un pueblo no puede, bajo ningún concepto, menoscabarle.

Estas palabras de introducción vienen al caso por la grave descalificación del presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen René Victor Anton Dijsselbloem, al afirmar que "uno no puede gastarse todo el dinero en copas y mujeres y luego pedir que se le ayude". Hablaba, claro está, de los países del sur de Europa. Y la aseveración es grave, desde diferentes puntos de vista. A analizarla dedico el resto de este artículo.

La primera idea errónea tiene que ver, naturalmente, con un mal entendimiento, interesado, del propio mecanismo de apoyo entre diferentes países orquestado por la Unión Europea. Es cierto que algunas economías han ido mejor y otras peor, y que la capacidad de unas y otras es notablemente diferente, de forma dinámica en el tiempo. Pero los países de la UE, y especialmente los involucrados en ese maravilloso advenimiento que ha sido el euro, han pactado fórmulas para asegurar la sostenibilidad del conjunto, y no se puede descalificar al otro, de forma general, por tener una situación socioeconómica determinada y, según lo pactado, acogerse a un determinado sistema de apoyo. Piénsese que además, por participar en ese experimento, los países pierden parte de su soberanía económica y, con ella, otras fórmulas clásicas para poder atajar los males que les puedan aquejar en un momento dado.

La segunda aberración conceptual pasa por calificar a la mujer, a algunas mujeres, a cualquier mujer, como algo en lo que te puedes gastar el dinero. La mera mercantilización de la persona es absolutamente inaceptable en el discurso público de una persona con las responsabilidades que tiene el señor Dijsselbloem. Una conversación que incluso en una taberna resultaría ordinaria, no puede ser bajo ningún concepto consentida en un responsable de una institución europea, que toma decisiones sobre lo de todos por ello. Las mujeres y los hombres no podemos ser presentados como objetos en los que gastarse dinero, sino como personas libres y dueñas de su destino. Lo demás es un machismo inaceptable, que no puede ser agazapado o justificado -como pretendió a posteriori- bajo la lógica de diferencias culturales y educativas. No a ese tipo de relativismo. Somos muchos los ciudadanos que nos sentimos ofendidos y agraviados

Y es que la tercera dimensión de este despropósito tiene que ver con el tópico. Miren, mi experiencia me dice que la proyección que uno hace sobre los demás en materia moral tiene mucho que ver con lo que bulle en el interior de su propia cabeza. Quizá a este señor le interesan las copas y, como dice él, las "mujeres" (entiéndase que ligadas a un pago, con lo que creo que está hablando directamente de prostitución). No lo sé. Pues bien, por muy raro que le parezca, hay ciudadanos y ciudadanas de los países del sur que no probamos el alcohol. Y la mayoría de los que lo hacen, -salvo los execrables casos hoy en los Juzgados- gastan su propio dinero para ello. Una persona al nivel del señor Dijsselbloum no puede permitirse este tipo de juicios de valor, basados en tópicos y prejuicios, que descalifican e insultan. Es un camino sin retorno.

Desde mi punto de vista, sólo la dimisión puede paliar el daño hecho por quien, definitivamente, no ha estado a la altura de lo que Europa y un proyecto creíble de la misma pueden demandar. No hay vuelta atrás.