Tras un manto de agua, la primavera ha llegado con noticias reumáticas, esa enfermedad conviviente que dicen presagia longevidad. Nuestros jardines, en plena lozanía florescencia, advierten la necesidad de una mayor atención y exquisito cuidado. Hubo alcaldes que los llenaron de gladiolos y tulipanes, otros cubrieron la noble fachada del Palacio municipal de gitanillas (rosas moradescas), ahora lo adornan las pancartas. Responden a una forma de gobernar de elencos arbitristas, amigos de las salmodias públicas, que producen, casi siempre, el efecto contrario que se persigue. Vivimos un clima político en el que no abundan las ideas, sino los eslóganes y las consignas, hecho que impide la floración ideológica cuando se carece de principios. Podemos y sus afines se ponen morados chicoleando para tocar poder, mientras los vecinos, como en La Coruña, cuando asoma el sol dedican su tiempo libre a disfrutar de la vereda atlántica e impregnarse del mar, realidad y fantasía poética, que acentúa el predominio de los sentimientos. Se ignora el pasado histórico, como lo prueban acontecimientos trascendentales ocurridos en nuestra ciudad, ahora atribuidos a otras urbes. Hemos leído que la reunión de las Cortes de Castilla y León, presididas por Carlos I, en 1520, en La Coruña, parece haber tenido lugar en Santiago. Como es sabido se celebraron bajo los techos del convento de San Francisco -convertido hoy en iglesia parroquial- tras haber sido trasladado piedra a piedra, desde la Ciudad Vieja hasta los Puentes, donde el vecindario espera con ansias la prometida plaza Porticada. En el ámbito cultural e histórico es donde ha de llevarse a cabo la refundación de la ciudad. Eterno problema de gobernantes sin historia o que ignoran el pasado. Plutarco los calificó de "hombres sin ojos".

Otrosí digo

El color morado, tan agitado en el arco iris político, revive en Semana Santa al tapiar iconos, imágenes y retablos. Gómez de la Serna cuenta que el eminente sociólogo y crítico de arte inglés formado en la iglesia anglicana, Jhon Ruskin, tapaba con paños morados las obras de arte de carácter religioso que poseía. A Gómez de la Serna, durante su estancia en Buenos Aires, le incomodaba más quienes desvelaban los cuadros, de escaso valor, con lámparas encapuchadas como si se tratasen de obras maestras.