Ayer fue uno de esos días donde la luminosidad del ambiente, el optimista ambiente casi de verano y el concurso del color y el aroma de mil flores quedaron solapados por una realidad mucho más cutre de la que la Naturaleza se afanó en mostrar por estos lares, ajena a las cuitas fabricadas por los hombres. Ayer fue un día triste, en clave internacional. Y es que ayer, 7 de abril, se pusieron nuevas piedras en el camino de edificar, algún día, una sociedad un poco mejor. ¿Acabaremos de entender alguna vez que este no es el camino? No. Seguro que no. Suma y sigue...

Este primer párrafo, triste, se me viene a la cabeza a partir de los acontecimientos luctuosos acaecidos en dos partes distintas del mundo. Por una parte, un nuevo episodio de matanza indiscriminada utilizando un vehículo pesado, la cada vez más frecuente forma de terrorismo, que no necesita bombas ni otros materiales sometidos al control y a la acción policial. Una desgracia que se cebó esta vez en Estocolmo, en la misma lógica de mantener el terror global diseñada por quien quiere sacar partido del fanatismo de unos cuantos, para gloria económica y de poderío geoestratégico de una cúpula que -ténganlo por seguro- ni se inmola ni tiene pensado hacerlo. Un negocio que, a base de terror, saca sus pingües beneficios. Y que, inexplicablemente, sigue vigente.

Y, por otra, y también ligado a dicho elemento económico tan de sacar tajada, una incursión bélica unilateral de los Estados Unidos ni respaldada por la legalidad de una resolución multilateral, ni con mayor proyección en términos de sus resultados que una mejora de la imagen global de quien la ha ordenado. Una operación casi cosmética, que ha tenido como protagonistas a 59 Tomahawks -¿saben ustedes cuánto cuestan y quién los repondrá?- y que ni ha servido para detener la sangría a la que se ha sometido a la población civil de Siria en estos años, ni resulta demasiado conveniente en aras de evitar una escalada bélica global, que podría redundar todavía en mucha más muerte.

Con todo, un día triste, sí. Un día gris, por contraposición a la exhuberancia de las glicinias, los todavía muy visibles restos de la flor del cerezo o la generosidad de las prímulas y las margaritas. Un día triste y gris, que no augura nada bueno porque las heridas sangrantes de la Humanidad no dejan de manar desesperación y, al tiempo, se abren nuevas fisuras y se aplican misiles como remedio -¿han sido alguna vez un remedio?- para disimular la falta de liderazgo global, un proyecto creíble de pacificación definitiva del avispero jamás igualado en nuestra Historia y toneladas de interés humanitario por encima de los intereses creados. Un día triste, en un eterno suma y sigue de Tomahawks, en un obsceno déjà vu de aquellos Scud y Patriots que, lejos de arreglar cualquier cosa, sumieron al mundo en una mermelada de entropía de la que hoy todavía nos estamos lamentando...

Flores, sí. Pero flores amenazadas por un cielo plomizo de guerra y decepción, aunque, sobre un perfecto decorado azul, brille el sol.