"Que el príncipe no se preocupe de incurrir en la infamia de estos vicios, sin los cuales difícilmente podrá salvar al Estado".

El príncipe, Maquiavelo.

No sé qué más habrá pasado hasta hoy martes, pero estoy viendo a la ciudadanía enardecida, enervada con los casos de corrupción recién asomados a la justicia, a los votantes de los presuntos culpables denunciando e indignándose en los autobuses, en los bares, esperando el turno de la pescadería; no se habla de otra cosa, el pueblo municipal y espeso se reafirma en que, a estos que se lo llevaron crudo, no los votarán ni los vecinos de la escalera. Una pena, no tienen vecinos de escalera, ni de portal, solo de nube financiera, porque la política ya no da más de sí.

Ya supongo que el burdo intento de ironía no les ha convencido; pero las malas prácticas llevan siglos de historia y parecen inherentes al ser humano. En el fondo, ¿lo que ocurre hoy es tan grave?, ¿es y ha de seguir siendo así, toree quien toree?

Tenemos ejemplos, no en democracia, pero ejemplos. En el reinado de Ramsés IX, 1100 (a.n.e.), en Egipto, se documenta el Tebasgate, cuando Peser, antiguo funcionario del faraón, denunció a una banda de profanadores de tumbas.

En la Grecia clásica y en la descontrolada Roma imperial, no nos detendremos, Demóstenes o Pericles visitarían hoy la Audiencia Nacional; ya dijo Cicerón: "Quienes compran la elección a un cargo se afanan por desempeñar ese cargo de manera que pueda colmar el vacío de su patrimonio". De Julio César se recuerda "La ropa de sus gobernadores estaba llena de bolsillos".

En la Edad Media tampoco nos deleitaremos, ya sabemos que en aquel momento robar pasa a ser pecado católico -de los de confesarse y hacer tabla rasa-, los impuestos feudales no eran más que protección mafiosa a cambio de algo de tierra prestada.

Dante sitúa a los corruptos en el octavo círculo del infierno de la Divina Comedia, pero sufrió el exilio por sus chanchullos, prevaricaciones y cohechos y el papado de los Borgia merecería una antología de la amoralidad.

Pasamos de largo por la bancarrota de nuestros siglos de oro, para recordar cómo la llegada de Robespierre trajo un breve aire fresco, el jacobino Saint-Just se vio obligado a reconocer que "nadie puede gobernar sin culpas". Napoleón concedía robar un poco y administrar con eficiencia.

La llegada de la revolución industrial aumentó las prácticas ilegales, Madame Caroline, protagonista de El dinero, de Émile Zola, retrata sin piedad las costumbres de la época: "En París el dinero corría a ríos y corrompía todo. Winston Churchill asiente que "un mínimo de corrupción sirve como un lubricante de la máquina de la democracia".

Rajoy tiene enciclopedia y banquillo para aburrir, pero el esclavismo, los señores feudales, el antiguo régimen, todos han pasado a mejor vida; arrieritos somos.