Tengan ustedes buenos días. Si usted es de los que me siguen habitualmente, no le extrañará que vuelva sobre la necesidad de anteponer el bien común a las lógicas de partido. Una cuestión que pudiera parecer una obviedad, pero que sigue enturbiando y demorando las necesarias mejoras en el diseño de una sociedad mejor. Y con ello, entiéndanme, me refiero a una sociedad más pendiente de las necesidades reales de la ciudadanía, por encima de los intereses partidarios.

Las lógicas de partido, de todos los partidos, siguen lastrando la gestión de lo público. Por un lado, debido a las cuentas milimetradas de aquellos que tienen responsabilidades de gobierno, y que tantas veces atienden a las consecuencias en peso de filias y fobias hoy -presuntos votos mañana- de aquello que tengan que afrontar en el ejercicio de sus responsabilidades, en vez de pensar en su valor per se. Y, por otro, relacionado con las agendas ocultas de unos y otros, que muchas veces hacen que salgan por peteneras, y que engullan y fagociten a las posturas más técnicas e ideológicas sobre los temas que se dirimen, propiciando praxis sorprendentes y hasta extraños compañeros de cama, al margen de la lógica racional expresada. Un espacio este, el de las alianzas, los desencuentros y las estrategias de comunicación y de desinformación, administrado por miríadas de asesores legos sobre los temas de fondo que nos ocupan y preocupan pero, con frecuencia, con amplio currículo de partido. Personas que crecen muchas veces solo al calor de las organizaciones políticas, sin que se les conozca más desempeño profesional que el instrumentalizado sobre su militancia, y que -lamentablemente- dirigieron, están dirigiendo y dirigirán nuestros destinos como sociedad.

Cuento todo esto una vez más, muy actualizado y muy vigente, a tenor de las posiciones iniciales esgrimidas por los partidos políticos de la ciudad sobre la cuestión del proyecto Mi Casita y el tema de las personas en situación de calle, así como sobre la evolución de las mismas. Las públicas y las que no lo son tanto. Un tema sobre el que me he pronunciado de forma nítida en mi anterior columna y que les invito a leer si no acaban de tener claro cuál es el tema de fondo al qué me refiero en este nuevo artículo, y sobre el que he abundado ayer en las jornadas técnicas que, sobre el particular, tuvieron lugar en la ciudad.

Por resumir aquí, dos ideas solo. Por un lado entender que la calle mata, y que es perentorio apoyar el recurso de baja exigencia planteado por Hogar Sor Eusebia para sentar las bases de un posterior tratamiento sociosanitario. Y que nadie puede considerarse ajeno a tal destino, por inverosímil que le parezca hoy, por otro. Dos aseveraciones que, quizá, puedan ayudarnos a entender que, en esta cuestión, nadie es ajeno. Y que una mejora de las condiciones globales de las personas en situación de calle nos beneficia, sin duda, a todas y a todos.

Y, ante ello, como en otros frentes, hacen falta lógica técnica y discurso del bien común. Regeneración democrática imprescindible, sí, en términos de acotar el peso del vacuo discurso del interés partidario, que hoy lo impregna todo y llega a arruinar cualquier pequeño paso en muchas de las direcciones verdaderamente urgentes en lo social. Regeneración, además, que se ha de sumar a la urgente a partir de los casos de corrupción que han ido aflorando en los últimos años -ya en la escala nacional- y que hacen que nuestra democracia, hoy, llegue a ser prácticamente irrespirable.

Hoy es un día distinto al de ayer y al de mañana. Una excelente oportunidad para cambiar, y para no seguir haciendo lo mismo esperando resultados diferentes. Tenemos mucho que bregar para hacer de la nuestra una sociedad verdaderamente mejor, o sea, más inclusiva y orientada a resultados de fomento de la equidad y de más y mejores oportunidades para todas las personas. Y, a tal tarea, todos y todas estamos llamados. Gracias por intentarlo conmigo, desde cualquier ideología y con esa misión concreta como único objetivo.