Llega a la redacción, en un paquetón amarronado y algo húmedo, en una mañana que uno, aquejado por un repentino ataque de adjetivación vulgar, tentado está de tildarla de anodina, una antología de la poesía de Claudio Rodríguez. Editada por Alianza. Incluye los 32 poemas que él indicó expresamente antes de morir que habrían de incluirse en cualquier antología que se hiciera de su obra.

Como es temprano, birlo el libro. Yo soy muy de robar poesía. A veces estoy en la charcutería y sin que nadie se dé cuenta le robo un verso a la charcutera, que lo aprecia tanto como yo aprecio un buen solomillo de ternera hecho. También recojo sonetos del suelo, que a veces se le caen a los poetas distraídos, que van pensando en cómo pagar las facturas y se les salen de sus bolsillos las creaciones. A veces van fumando y se olvidan de dar las caladas. Eso que le ahorran a su cuerpo, si bien las volutas de humo han sido en no pocas épocas una considerable fuente de inspiración.

En el libro hay una gran foto de Rodríguez, que por cierto puede tener el récord de ser el comunista más breve de la historia. Se afilió al PCE y en el mismo acto se dio de hostias con el hermano de Jorge Semprún (si supiéramos su nombre de pila lo llamaríamos por él, y no diríamos el hermano) suponemos que por una discusión ideológica. Los libros no van a decir que fue por una mujer o un epitalamio o por divergencias a la hora de calibrar el caudal del Duero. Rodríguez rompió el carné, que unos minutos antes le habían expedido. La cosa es que yo rompí la caja de Alianza y al abrir el libro por azar di con el poema Gorrión, que es de un mensaje y un ritmo cautivador. No diré más no vaya a tomar el lector dominical este escrito por un tratado de poesía y abandone. Claro que si abandona este artículo para poner en Google "Gorrión Claudio Rodríguez", yo lo entendería. Le entendería más, no obstante, si comprara el libro y lo leyera.

No descarto tampoco que todo el mundo conozca ya el tal poema, que yo leí hace años, cuando era algo botarate, pero que ya había olvidado. Así es el mundo de enrevesado. O así nos lo han enrevesado. Lees un poema sobre un gorrión y eres capaz de olvidarlo. Te dice alguien "hola" en Facebook y te acuerdas toda la vida. Fíjense si se ha complicado la existencia que el otro día entré en una panadería y me preguntaron qué quería. Rodríguez (premio Adonais a los 19 añitos por Don de la ebriedad) tuvo gran amistad con grandes como Rafael Morales, Dámaso Alonso, Aleixandre, Leopoldo de Luis y otros. Andaba mucho. Era profesor y zamorano. El libro lleva una nutritiva introducción que guardo para leer por la noche. El autor es un amigo suyo. Paso el día esperando que llegue la noche para leerla y la noche llega y como ya es por la mañana puedo adjetivar de nutritiva la introducción, dado que a lo que se ve, el ataque de adjetivación vulgar ha mejorado algo. No mucho.

Cada día tiene su afán. El mío fue que no se me notara que me había llevado el libro. Lo trasladé hasta mi casa metido en la sobaquera, entre la camisa y la chaqueta. Casi se me cae en una escalera que llaman la tribuna de los pobres. Lo hubiera cogido tal vez una joven poeta que siguiera mis pasos por ver si se me caía un retruécano o un calambur. Lo habría leído. O lo habría vendido.

El libro habría circulado. Tal vez oliendo algo a desodorante. Mi padre de pequeño a veces me llamaba gorrión. Yo se lo digo a veces a mi hijo. Gorrión. Que "no olvida. No se aleja este granuja astuto de nuestra vida. Siempre de prestado, sin rumbo (...) que se lava aquí tozudo entre nuestros zapatos (...) este gorrión, que pudo volar, pero que aquí sigue".