Señores, señoras... ¡Buenos días! ¡O tardes! O lo que mejor les apetezca. Pleitesía les rindo a través de estas letras, pensadas por y para ustedes. No les conozco a todos y a todas, ya lo sé, y esto de lanzar una proclama sin saber exactamente su destinatario pudiera parecer poco serio. Pero sírvanse sentir tal rol, de verdad, por el hecho de encontrarse frente a la pantalla o, mejor aún, delante de ese papel tan especial en el que todavía -¡por muchos años!- aún se imprimen los diarios. No tengan duda ustedes de que son mi inspiración y mi motor. Y por eso, más de quince años después del primer Shikamoo, aquí seguimos. Con algo menos de pelo, mucha más experiencia y, que no quepa duda, toneladas y toneladas de ilusión. A eso estamos.

A eso y a algunas otras cosas, claro está. A algunos temas sociales, una de las pasiones que me mueven, mucho más allá de lo profesional o lo personal. Y, también, a ese mundo hoy de moda y bajo todos los focos mediáticos, pendiente de revisión urgente desde tiempos infinitos, y donde queda mucha, pero que mucha tela que cortar. A la educación me refiero, que también me cautiva y me ilusiona, y en la que, después de algunos años de paréntesis, me he embarcado un poquito más en estos últimos años de mi quinta década de existencia.

Si a eso añadimos correr algunas carreras populares al año con resultados mediocres, pero con mucha ilusión y deportividad, tres o cuatro aficiones más sin muchas más miras que la búsqueda de un cierto sosiego personal, y algunos otros artículos y charlas allá donde se quiera contar conmigo, casi he resumido mi presente. Que no mi pasado, claro está, ni quizá presentes venideros. Quién sabe...

Saludados, pues, hoy les digo que he puesto algo en el título de esta columna relativo al Concilio de Nicea. Y lo hago porque es 20 de mayo, exactamente igual que aquel del año 325 en el que se celebró el inicio del primer Concilio Ecuménico de las iglesias cristianas. Algo que saco a colación, mucho más allá de su dimensión histórica y de lo que pueda significar en un pasado que siempre tiene una proyección en nuestros días, porque pensar en Nicea es, para mí, hacerlo en otra cuestión bien distinta. Hablo de la memoria. Un elemento que, de forma más o menos intensa, también tiene que ver con el aprendizaje.

Porque, si les digo NicoecaCoconicoLalalalaLulovicoFlolatrevava, pensarán que tengo un problema en el teclado o que no estoy en mis cabales. Pues bien, esa es la clave con la que puedo seguir desarrollando la lista ordenada de los 21 Concilios, que un día me aprendí para determinadas clases de Historia, y que hoy sigue en mi cabeza. Una regla mnemotécnica, como aquella de Prometaanatelo -profase, metafase, anafase y telofase, hablando de las fases de la mitosis celular- o la famosa "Un día vi una vaca vestida de uniforme", relativa a la expresión de la integración por partes. Expresiones creadas ad hoc para recordar. Soluciones, en muchos casos, un poco de otros tiempos. Porque, en la era de los repositorios de información casi ilimitada, y de toneladas de indigerible información por doquier, a veces parece que no sea importante ni necesaria la memoria.

Soy de los que piensan que ni tanto, ni tan calvo. Es verdad que recordar por recordar no tiene mucho mayor recorrido, y que lo interesante puede ser activar capacidades como las de exploración, relación, inferencia y deducción, en un esquema de inteligencias múltiples. Pero tal ejercicio de memoria lleva, indefectiblemente, a una mayor seguridad y a un entreno de tal capacidad de retención, de gran utilidad en la vida diaria. Apelar a la memoria solo para acordarse de concilios o reyes, cuando hoy están a golpe de clic en mil fuentes verificadas y accesibles, quizá no sea interesante. Pero, alguna vez en la vida, hay que recordar algo. Así uno será mucho más ágil cuando le toque utilizar tal capacidad. Y confiará mucho más en sus posibilidades en aspectos tales como el hablar en público sin guión y sin red, muy valorado hoy en determinados entornos profesionales.

Pues ya ven lo que ha dado de sí este 20 de mayo y aquellas cuitas que se dirimían en Nicea, hace tanto tiempo... A mí me han permitido, por ejemplo, centrar estas letras en la cuestión del aprendizaje basado en la memoria. Un elemento que un día fue central y hoy, seguramente, mucho más periférico en la cuestión educativa. Pero que no hay que denostar, porque sí, siempre. Y es que en la educación, como en la vida, no todo son blancos ni negros. Hay una hermosa, diversa, apasionante y florida escala de grises.