Si Iglesias acierta o no con la moción de censura lo sabremos a su fin, cuando los sondeos de urgencia reflejen la opinión pública, y en columnas y tertulias nos llegue la opinión publicada. Desde su perspectiva la iniciativa es, en primer lugar, una necesidad, porque Iglesias tiene que llenar el lento y prolongado tiempo político de la legislatura que acaba de empezar. Lo necesita para mantener en tensión al movimiento radical que ha levantado en pocos años al calor de la indignación, la crisis y la corrupción y al que no puede dejar caer en el escepticismo y el aburrimiento. A diferencia de sus socios, Colau, Compromís, Mareas, Iglesias no gestiona, no administra, no toma decisiones concretas, no pacta con otros grupos lo que hacer con un presupuesto, con un nombramiento, con una manifestación o una huelga. Iglesias está en el Congreso sólo con su grupo y cada semana tiene que hacerse ver a los suyos, votantes impacientes y exigentes, prontos al entusiasmo del sí se puede y democracia ya, pero que a falta de resultados pueden irle abandonando ante la evidencia de un sistema resistente, de un parlamentarismo laborioso de reglamento y pasilleo, de un Rajoy rocoso y un PSOE indeciso, de una inmensa mayoría ciudadana paciente y de una cierta mejoría en la situación general. Cañamero enarbolando o, mejor, blandiendo unos espárragos trigueros o Gómez Reino formulando una pregunta sobre la limpieza de la ría de El Burgo a la ministra son poca cosa para mantener la atención de los suyos, menos aún la devoción y el entusiasmo que sin duda exige su apuesta política revolucionaria. Iglesias necesita la moción.

Pero, además, la moción puede ser para Iglesias una inversión, si no excelente como la de Felipe González, sí suficiente para mantener el tipo y ganarle votos al socialismo si en las primarias vence Susana Díaz y los sanchistas quedan desamparados y enfadados con sus siglas. Iglesias tiene su modelo en el griego Tsipras y busca hegemonizar la izquierda dejando al PSOE tan empequeñecido como el PASOK. Más que contra Rajoy la censura es contra el PSOE. Los socialistas están obligados a compartir las críticas a Rajoy y tendrán que afinar para fundamentar el no a Iglesias si el candidato se contiene en sus habituales descalificaciones al PSOE y les ofrece gobernar en coalición. No la apoyarán, claro, pero Iglesias, de protagonista único, les mostrará, una vez más, sus poderes dejando en evidencia las debilidades socialistas ante una audiencia multitudinaria. Sobre el papel es coherente pedir el voto al PSOE. Se monta sobre muchas coincidencias con ellos. Sobre la denuncia de la corrupción del PP, o sobre la percepción que de ella se tiene que no es lo mismo pero que funciona como si lo fuese; sobre la exigencia de desbancar al PP, como quiere el PSOE, el PP es un partido tóxico e infame dijo hace días Susana, Rajoy es una manzana podrida dijo Sánchez; sobre la necesidad de derogar la reforma laboral como quiere el PSOE; sobre el reconocimiento de la plurinacionalidad con la que flirtean muchos socialistas, sabiendo o no de qué se trata, ¿sabrá Patxi lo que es una nación?; sobre la cooperación de podemitas y socialistas en autonomías y ayuntamientos. Siendo tantas las coincidencias, ¿desde qué diferencias de fondo justificarán los socialistas radicalizados de hoy su negativa o su abstención ante la posibilidad de echar a Rajoy?

Dicen algunos que la moción tiene para Iglesias el riesgo de quedarse sólo o en compañías inquietantes. Puede ser, pero no creo que eso les importe a los millones de indignados que le siguen y que perseveran en confundir sus deseos con la realidad.