Saludos, amigos y amigas, ya en junio. Suma y sigue, sin muchos más comentarios. El tiempo nos devora. Nos oxida en el sentido literal de la palabra, para más señas, sin que podamos sustraernos de la acción del anfígeno elemento. Pero, lejos de que nuestra rápida travesía transcurra en permanente estado de letargo cual balsa de aceite, todo cambia a alta velocidad. Y acontecen muchas novedades, algunas impensables hace nada. Ya ven. Heráclito en estado puro... Y duro.

Algunas de las bofetadas que está llevando el mundo en los últimos tiempos provienen de los Estados Unidos de América, ya saben. Allí, el siempre sacrosanto poder de las urnas ha llevado al más alto de los puestos institucionales del país -¿o del planeta?- a un millonario excéntrico con un discurso que quiere significarse como proletario -¿?- y una interpretación de muchos temas un tanto particular. No se trata de cuestionar la democracia, porque cualquier régimen en el que no esté presente es siempre peor, pero sí de plantear qué le está pasando al conjunto de sociedades supuestamente maduras y responsables de buena parte del mundo, que reaccionan a estímulos -al menos- un tanto naïf...

Pero de eso -de algunos de los posibles motivos de la desafección, el hartazgo y la salida por peteneras de los electorados- ya hemos hablado. Hoy me centro, si les parece, en la última boutade del presidente. Y esta, aunque no nos coge de sorpresa pues ya figuraba en su programa electoral, tiene que ver con el discurso relativo al cambio climático y, más en particular, con su "paren el tren, que yo me bajo" en relación con el Acuerdo de París. Un acto que pone a su país en el mismo apeadero que Nicaragua y Siria, salvo el pequeño detalle de que estamos hablando de la comunidad -la estadounidense- responsable del 18% de las emisiones de efecto invernadero del mundo.

"¿Hace bien Estados Unidos con este gesto?", se preguntan hoy muchos analistas en el mundo entero, que tratan de explicar la motivación y las consecuencias de tal decisión. Decididamente, la respuesta es que no. Y no solo por el antedicho impacto en términos de calentamiento global, sino porque es la gota que puede colmar un vaso que lleve a que esta rúbrica, bastante tibia en sí pero que tiene el mérito de haber contribuido a acercar posturas y a arañar compromisos concretos, se quede en papel mojado. Sin los Estados Unidos, va a ser difícil -aunque no imposible, como se han apurado a apuntar desde Europa y otros lugares del mundo- seguir avanzando en la lucha contra un clima distinto, provocado por la actividad humana (algo que la comunidad científica, por mayoría fundamentada y cualificada abrumadora, no pone en tela de juicio).

Proteccionismo, populismo y determinados intereses de sectores económicos concretos están detrás de esta locura. Un mensaje que no puede ser ni más inoportuno, ni menos fundamentado científicamente. Una acción que sí, que estará avalada por el poder de las urnas, pero que no se sostiene desde un discurso mínimamente articulado en torno a valores globales o a las necesidades y los retos presentes y futuros del planeta. Una nueva muestra, quizá, de que la democracia sin formación, información y orientación al bien común puede mostrarnos aristas un tanto afiladas... Pero ¿quién le pone el cascabel al gato, con qué criterio y cómo? Ayyy...

Gaia, La Tierra, va a ser la que sufra las consecuencias del patético " America first", lo cual es una falacia teniendo en cuenta que el país gobernado por este señor no se llama América, punto primero, y que en cambio tal término se refiere a un conglomerado con muchísimos más matices, países, realidades y personas. Seres humanos vulnerables, en muchos casos, que sufrirán las consecuencias de un cambio climático anunciado desde muy atrás pero supeditado -hoy como nunca, gracias a Donald Trump- a los intereses económicos de unos cuantos lobbies a quienes les interesa el cortoplacismo y su capacidad de seguir enriqueciéndose a cualquier precio, por encima de todo.

Postdata: Quizá esto debería hacernos reflexionar sobre los hiperliderazgos disruptivos ligados a la actividad política, que parece que empiezan a poblar hoy el paisaje... ¿Sí? ¿Tenemos que hacérnoslo mirar?