La dimisión del fiscal Anticorrupción no vino impuesta por razones de legalidad ni de incompetencia sino por la presión política y mediática apoyada, se ha pregonado, en razones de ética y aún de estética lo cual, en un Estado de Derecho, es un exceso inaceptable que nos desliza por una pendiente imprevisible que es, justamente, lo contrario a la previsibilidad que proporciona la ley sobre la que se asienta la fiabilidad del Estado de Derecho. No entro en las interioridades de la Fiscalía Anticorrupción que pueden explicar, satisfactoria o insatisfactoriamente la dimisión, según la óptica de cada cual, y que, en todo caso, tendrán como siempre ocurre sus claroscuros. He leído de todo, que los fiscales Anticorrupción se consideran intocables, casi justicieros que dan demasiado crédito a la UCO, que abren causas generales y no tan eficaces como se creen; que Moix quería terminar con eso y los subordinados han ido a por él; que Moix fue nombrado para ayudar al PP y cosas del estilo. Lo importante es el mensaje que se envía a los ciudadanos al justificar el acoso y derribo en el hecho de ser cotitular de una sociedad en Panamá con una única propiedad inmueble y sin otra actividad, y en no comunicarlo a quien debía antes de su nombramiento. Lo primero no es ilegal al estar declarada y lo segundo no sólo no hubiera excusado a Moix sino que hubiera justificado pedir también, como se está haciendo, la cabeza del Fiscal Superior, Magistrado del Supremo, por cierto, y del ministro Catalá. Se ha arremetido desde un imposible monopolio de lo que sea la ética. La ética profesional, la protestante, la progresista o la conservadora, la ética de los valores, la del héroe o la del santo, ¿desde qué ética se habla para condenar una conducta impecablemente legal? No será, supongo, desde la ética que nos lleva a los asesores fiscales para ver de pagar menos impuestos. En esa estamos todos. No, se trata, dicen los exigentes, de que quien ejerce un poder público ha de dar ejemplo y es lógico ponerle el listón mucho más alto. Ha de ser honesto y parecerlo. No basta con la ética y se echa mano de la estética como si en la sociedad más libérrima y caprichosa que han conocido los tiempos la apariencia se sometiera a canon alguno. No hay quien lo establezca cuando domina la estética del tatuaje, las rastas y los pantalones rotos. Pero los exigentes nos vienen con que no queda bien que el Fiscal Anticorrupción, ¡qué barbaridades le han llamado!, sea cotitular de una sociedad en Panamá. Cómo creer que un Fiscal así va a combatir la corrupción cuando él mismo anda en prácticas ni éticas ni estéticas. Tenía que irse y qué mejor justificación que una cita de autoridad, nada menos que del jefe de la cosa. Montoro dijo cuando le tocó la china a Soria que nadie con una cuenta en paraísos fiscales puede estar en el gobierno. ¡Ya está! En España los políticos sueñan con una frase y los periodistas con un titular. Las hay a puñados, España ha dejado de ser católica pontificó Azaña, la calle es mía clamaba Fraga, todo está atado y bien atado aseguró Franco, el rey Juan Carlos será Juan Carlos I el Breve, dijo Carrillo. Profecías incumplidas pero frases para esculpir. Como la de Montoro.

Pues bien, si así lo quieren hay un modo de conciliar la ética, la estética y la ley, un modo de elevar a la categoría de legal, la suprema en un Estado de Derecho, la vieja conseja de la mujer del César. No hay más que mirar al otro lado del Atlántico, a Ecuador concretamente, donde en febrero de este año el entonces presidente Correa sometió a referéndum la prohibición a los cargos y funcionarios públicos de tener cuentas en paraísos fiscales y lo ganó. Así es como se hacen las cosas. Lo de aquí ha sido un mensaje populista que invita a arrinconar la ley cuando interesa. Mala cosa.