Un día más. Una nueva columna, un nuevo ejemplar del periódico y muchos acontecimientos que nos interpelan y nos traen al primer plano diferentes caras de la realidad. Y, entre todas ellas, aquí me tienen eligiendo tema para compartir con ustedes. Podría hoy centrarme en hablar de la repulsión que nos ha causado a todos, estoy seguro, un nuevo atentado contra la vida y contra todo, esta vez en el Puente de Londres y con consecuencias trágicas también para un ciudadano español. Quizá el tema podría ser, abundando en ello, el tomar buena nota de la imparable escalada de violencia internacional que dice tener que ver con la religión y no es más que un negocio muy bien montado por algunos, con la colaboración fatal de personas desnortadas y con pocas luces. En clave nacional, podría explicar mi versión muy personal de cómo entiendo la evolución de las leyes con que nos dotamos, y aplicar tal dialéctica al caso de la pretendida independencia de Cataluña que, en el caso de tener un respaldo absolutamente mayoritario y aún pensando que no beneficiaría a nadie, a mí tampoco me parece mal. Quizá, cambiando de tercio, a lo mejor sería bueno detenernos en el análisis de qué significa la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el decreto del Gobierno, de hace cinco años, que supuso una verdaderamente asimétrica amnistía fiscal. O, rizando el rizo, centrarme en el Brexit y el desastre electoral de Theresa May, que afronta tocada lo que quiere ser una nueva etapa como inquilina de Downing Street. O volver al eterno dejavu de la corrupción en España, como lacra y losa demasiado pesada para un normal desarrollo democrático.

Ya ven, un cúmulo de temas que hoy nos asaltan desde los teletipos, y que, sin embargo, dejaré en barbecho. Historias terribles, algunas, y dulces otras, que se amalgaman tintadas en la textura vegetal de páginas que hace nada eran pesadas bobinas carretadas desde la fábrica. Y es que hoy, tratando de arrimar a mi sardina el ascua de tanta violencia gratuita en el mundo próximo y en el más lejano, que he podido coleccionar con un mero vistazo a media docena de cabeceras de aquí y de allá, sólo me sale una lágrima. Sólo eso. Una lágrima que enseguida se ve acompañada de otras. No hay mucho más que decir o que callar.

Quizá si alguien se molestase en recoger todo ese liquido elemento, vertido desde los ojos tantas personas cabales después de toparse de bruces con un apuñalamiento en el corazón de la capital del Reino Unido, o con cualquiera de las desgracias acaecidas a personas que sólo pasaban por allí en los diferentes atentados de todo tipo y tamaño, tan desgraciadamente frecuentes que hacen que estemos casi perdiendo la capacidad de asombrarnos por ellos, formaría un enorme lago salado, de increibles proporciones. Porque la Humanidad -así le llaman- no ceja en su empeño de convertir la existencia, algo único, magnífico, singular y maravillosamente efímera, en un calvario en el que tantas personas se desmiembran, pulverizan y descoyuntan. A veces para gloria de una idea, otras de un negocio y casi nunca sin que se tenga claro el porqué, más allá de los beneficios para terceros que siempre, siempre, llevan aparejados el sufrimiento y la dominación de unos individuos sobre otros.

Es por eso que hoy me callo. Repliego velas. No voy a inferir o a deducir. Estoy de luto largo, queriendo expresar así la larga saga de despropósitos que se me vienen ahora a la cabeza cuando digo esto. Quizá quiera pensar en la locura desatada ya en la crisis de Ruanda en los 90. O a lo mejor estoy pensando también en las "aldeas modelo" de Ríos Montt y la muerte planificada con miles y miles de desaparecidos en Guatemala. O quiera expresar así también toda la muerte practicada por organizaciones como ETA. O, en clave más de hoy, la locura del 11-M, la del 11-S o las barbaridades cometidas en escenarios como Afganistán o Iraq, en medio de la desinformación y con responsabilidades políticas aún no depuradas. La cruel concatenación de asesinatos de todo tipo, selectivos o casuales, individuales o colectivos, del llamado Estado Islámico no puede quedar atrás tampoco. Y la brutal represión a miles y miles de civiles que huyen despavoridos de verdaderos avisperos de la Humanidad, tampoco.

Lágrimas. Sólo les ofrezco lágrimas. No tengo otra cosa, a pesar de que, a mi lado, haya unos rosales maravillosos, con flores que pugnan, sin quererlo, por ser las más bellas, y de que el mar, como un estanque, quiera ofrecerme hoy su mejor cara. Los sintagmas han perdido la fuerza, y la acción de los verbos queda desprestigiada por las acciones cometidas por seres humanos como usted o como yo. Hoy toca mirar al infinito, al horizonte o no sé a dónde, y no sé si pedir ir voluntario a una misión sin retorno a Marte, hacerme cartujo, salir a navegar cual Nemo, para no tocar jamás tierra de nuevo, o irme a vivir a Rarotonga, allá por las Islas Cook, en la zona de influencia de Nueva Zelanda. Hoy toca callar y llorar por todos aquellos que, sin ser yo y sin conocerles, pudieron ser yo o amados por mí. Por Ignacio, por supuesto. Y por todos los demás, con diferente lengua, cultura y demás datos y características personales y antropométricas.

Lágrimas. La visión del mundo a veces no provoca otra cosa. Lágrimas.