Quizá alguno de ustedes piense que la Ley de la Gravedad es algo elegible. Que podemos estar de acuerdo con ella o no. Que es una mera formulación por parte de la comunidad científica, sin demasiada base detrás. Pero no es así. La Ley de la Gravedad o, entrando en su efecto, la acción del campo gravitatorio sobre cualquier masa, siempre ha existido, nos demos nosotros por enterados o no. Mucho antes de que naciese el primer homínido o de que alguien esbozase la Teoría de Campos. O de que acuñásemos estos términos que ahora utilizamos con solvencia. La gravedad es una realidad, entonces, mucho antes que Newton. Dos masas se atraen porque sí, porque está en su naturaleza, al igual que ocurre con todas las interacciones fundamentales, las conozca la Humanidad o no. Y le importen estas, o no. Y es así, aunque nos empeñásemos en lo contrario.

La misma sensación tengo yo con algunos de los asuntos que, desde hace un tiempo, están cada día en la palestra pública. Miren, por mucho que se diga o no se diga, la realidad se impone. Y ya está. Esto es lo único definitivo. Porque cuando la lógica de las cosas se contradice con la visión humana de las mismas, la primera gana. Y siempre. Lo demás es perder el tiempo. O mojar de tinta el papel, sin mucho mayor recorrido que eso.

Les avisé hace un tiempo con la cuestión del Brexit. Les dije que las cosas no iban a ser para tanto, y de que los agoreros que vaticinaban esto o lo otro estaban equivocados. Al tiempo que algunos decíamos esto, mondo y lirondo, hubo quien pronosticó casi el fin del mundo, y también medios de comunicación que dieron pábulo a tal disparate. Pero, al igual que la Ley de la Gravedad seguirá existiendo aunque la convirtamos en proscrita o miremos para otro lado, hay hechos objetivos que nos indican que, de una forma u otra, poco cambiará la relación comercial y laboral del Reino Unido, pongamos por caso, con España. Hubo quien vaticinó, por ejemplo, la expulsión de todos los enfermeros y médicos españoles de la Pérfida Albión. Y un largo etcétera trufado de todo tipo de calamidades. Pero no es así ni va a ser así. Y las primeras cartas nítidas, una vez pasado el trago de las elecciones allá, empiezan a corroborar esta teoría.

Y es que, como digo, la realidad se impone. Y el Reino Unido, por ejemplo, es deficitario en ciertas profesiones especializadas en las que aquí, en España, hay gente formada que, sin embargo, no encuentra trabajo cerca de casa. El estado actual de las cosas es un modelo donde todos ganan -unos pueden trabajar, que aquí no, y otros obtienen personal especializado que no tienen-. Cuando esto es así, no hay nadie interesado en cambiar el paradigma. Y, al margen de las batallas mediáticas y los intereses electoralistas y electorales, ya se cuidarán bien todos de buscar la fórmula para que nada cambie.

Lo mismo ocurre con los mercados. Si desde el Reino Unido se importan determinados productos españoles es porque estos son de calidad y les salen bien de precio. Limando todos los aspectos superficiales, esa es la base. Y ya tendrá buen cuidado el país saliente de la UE en seguir comerciando en condiciones ventajosas con la misma, por la cuenta que le trae a su bolsillo. Y viceversa. Acaso, ¿no hay acuerdos preferentes con otros países, como Noruega, también fuera de la Unión por voluntad propia?

Con todo, parece que a veces hubiese una voluntad de engordar las cosas y de contar información al minuto, simplemente para mantener a las industrias interesadas en ello: a la de la política, obviamente, y también a la de medios de comunicación que a veces vendría bien que leyesen la actualidad un poco más a largo plazo. Yo lo tengo claro: sea la que sea la forma jurídica del Reino Unido respecto a la Unión Europea, no se le pueden poner puertas al campo. Y las necesidades de unos y otros -oferta y demanda de empleo, servicios y productos- estarán bien atendidas en cualquier caso.

La Ley de la Gravedad no se puede abolir. Y, si se hiciese, esta seguiría existiendo, aunque el Boletín Oficial del Estado dijese lo contrario. La necesidad de profesionales españoles en el Reino Unido, tampoco. En estos términos se expresa claramente Theresa May cuando anuncia sus medidas -mucho más conciliadoras ahora, pero que aún evolucionarán claramente en este sentido- respecto a los mismos.

Prudencia. Y calma. Porque miren, ¿no habrá ya bastantes problemas reales como para crear más desde la política y desde una forma mal entendida -a mi juicio- de informar?