Anda el PSOE más en disputas con Podemos por el espacio antes todo suyo que en competencia seria con el PP para vencerle en las urnas como en tiempos. Y digo el PSOE todo entero, sin distraerme en matices, sanchistas, susanistas y viejaguardistas, moderados y radicales, parlamentarios leales y de los otros, andaluces, aragoneses o vascos, dirigentes y bases, porque, rematada la provisionalidad con la victoria rotunda de Sánchez, PSOE no hay más que uno cuyo secretario general es el precitado. Anda, digo, en competir con Podemos y piden, por eso, comprensión para algunas posiciones o proclamas del partido que se explican en ese contexto competitivo con un rival desinhibido y radical que le pisa los talones pero que, dicen, no defendería Sánchez gobernando. Es cierto que el lenguaje político varía según las circunstancias y no es lo mismo gobernar que sentarse en la oposición, ni perder con diez millones de votos y sin rival en tu espacio que perder con cinco millones, casi los que tuvo quien se pregona más de izquierdas que tú. La experiencia enseña que los partidos se pronuncian según les vaya en la fiesta pero también enseña que lo que se dice y hace con excesos en la oposición puede llevar a un punto de no retorno cuando esos excesos causan destrozos importantes y en ellos está incurriendo el PSOE con Sánchez al mando.

Un exceso en fondo y forma es la apuesta por la plurinacionalidad. En la forma, porque ha sido por completo inoportuna en momentos muy delicados y porque revela la ignorancia e irresponsabilidad del apostante que adjudica primero la condición de naciones a quienes son nacionalidades y luego las califica de naciones culturales ganándose así, lógicamente, el desprecio de aquellos a quienes quería adular. En el fondo, porque el dirigente que aspira a gobernar un Estado constitucional debe saber que las naciones lo son porque aspiran a tener Estado y reconocerlas como tales implica reconocerles el derecho a tenerlo y lo demás son vaciedades. Eso es lo que Sánchez tiene que aprender y comprender así que no se puede andar reconociendo naciones sin conocer las serias consecuencias de ello. Si Sánchez no entiende o no acepta las diferencias que reconoce la Constitución entre nación y nacionalidades, entre soberanía y autonomía, no puede ser presidente del gobierno. Si, como dice la ponencia vencedora en el reciente congreso socialista, la suya, en España aún hay que garantizar más el respeto a las competencias autonómicas en materia de lengua, educación y cultura, es que ignora la realidad autonómica de Cataluña, Galicia, País Vasco, Baleares y Valencia en la materia y que desprecia la jurisprudencia del Tribunal Constitucional y así no puede llegar a la Moncloa. Sánchez y su partido pueden creer que las palabras se las lleva el viento pero algunas como estas provocan efectos corrosivos desde el momento en que se pronuncian porque son material inflamable. Hay que saber lo que se dice.

Otro exceso a cargo de Narbona rechazando el Tratado UE y Canadá que los socialistas españoles y europeos habían aceptado tras debatirse desde 2009. Una frivolidad que ha enfadado al comisario económico de la UE, Moscovici, socialista que fue ministro con Jospin. Y otro más, el de la responsable de cohesión social del PSOE, Parlón, alcaldesa de Santa Coloma que habla de apelar a la comunidad internacional si se interviene la autonomía de Cataluña en aplicación del 155. A eso se le llama echar más leña al fuego. Con estos excesos no puede esperar Sánchez recuperar cinco o seis millones de votos. Ni los que se fueron a partidos moderados ni los que se fueron a Podemos porque prefirieron el original a la copia.