Lo contrario de enorgullecerse de algo es avergonzarse de ello. Y la vergüenza, salvo que sea por la acción u omisión de uno, porque verdaderamente no haya estado a la altura esperada, siempre es un sentimiento negativo. La vergüenza genera frustración y sufrimiento. Soy de los que piensan que sólo hay que avergonzarse de aquello que, por falta de coherencia, no podamos sostener ante los demás mirándoles franca y limpiamente a los ojos. De lo demás, no. Y menos de la verdad. Porque son muchas las fuentes -y, en particular, hasta el Evangelio- que son categóricos: la verdad nos hará libres.

Sin embargo, la vergüenza ha sido lo que se ha arrojado al colectivo LGTBIQ -gais y lesbianas, transexuales, bisexuales, intersexuales y queer- durante muchos años. Y la vergüenza, no nos engañemos, sigue siendo arrastrada por muchísimos de sus integrantes hoy, que se siguen refugiando en el anonimato, en las dobles y triples vidas, y en una visión de su propia identidad ciertamente menoscabada por ellos mismos. No cabe duda de que ese sigue estando en el origen de muchas depresiones, frustración, conductas absolutamente incoherentes e inexplicables, y hasta suicidios en edades verdaderamente escalofriantes.

Una ley valiente y pionera, hace ya bastantes años, dijo alto y claro al mundo que aquí, en España, el colectivo LGTBIQ tenía los mismos derechos que el resto de los ciudadanos. Y con un magistral cambio en la ordenación, sustituyendo las palabras "hombre" y "mujer" por cónyuges, tal norma consiguió dar un giro copernicano al reconocimiento de tales derechos desde todos los puntos de vista, de una forma admirada y seguida por muchos otros países. El matrimonio es un contrato civil y, como tal, ha de estar al servicio de todos los ciudadanos y ciudadanas que desean, con otros ciudadanos o ciudadanas, materializar sus derechos civiles, con afectación de sus derechos, deberes y actos patrimoniales. Con tal ley, hace ahora doce años, España empezó a responder con mayúsculas a las inquietudes de toda la ciudadanía, en una ampliación de la esfera jurídica de los particulares que, por inclusiva, beneficia a toda la sociedad.

Pero no se engañen. Insisto en que los gais y lesbianas que ustedes conocen, solteros, casados o no, pero con las ideas bastante claras, son minoría. La mayor parte del colectivo llamado técnicamente HSH -hombres que tienen sexo con hombres- de nuestro entorno, por ejemplo, sigue siendo vergonzante. Autoexcluido de una normalización que se les ha ofrecido desde el punto de vista legal, pero donde tantas veces sigue sin llegar desde el ámbito familiar, profesional o incluso -ya ven- de amistad. Pero, sobre todo, negada por ellos mismos.

En España, y creo que eso ha sido muy positivo, la normalización legal ha llegado mucho antes que la social. Porque, aunque en esta última se ha avanzado mucho, mucho, mucho, hay lagunas y problemas verdaderamente sorprendentes. E historias personales complejas -muchas lo son de personas referentes en ámbitos profesionales o personales relevantes- verdaderamente desquiciantes. Y esto es particularmente preocupante en algunos reductos especialmente homófobos, nada minoritarios. El deporte-espectáculo, por ejemplo, y, en particular, el fútbol. O en determinadas profesiones. O en ciertos sectores de la política.

Es por todo ello que yo aprovecharía esta nueva celebración del Orgulo Gay -sí, sigue haciendo falta, por mucho que se diga lo contrario- para centrar la atención en la propia voluntad de los afectados por esta nueva represión, que tiene muchísimo de endógena. A estas personas no les diría qué tienen que hacer, porque sólo a ellos compete tal decisión, que me es ajena. Pero sí que les urgiría a que, por encima de todo, tratasen de ser felices, yendo a las últimas consecuencias de ello en términos de desprenderse de todo aquello que les oprime o que creen que les oprime. Y es que conozco muchos casos en los que los argumentos esgrimidos para tal actitud vergonzante y oscura son sólo fantasía, producto únicamente de la imaginación de tales personas afectadas. La realidad es mucho más sana, limpia, sencilla y fácil que la que, tantas veces, nosotros mismos nos fabricamos.

Conocí una vez a una mujer, bienintencionada y buena gente, que dedicó a su hijo un duro improperio cuando él le planteó la realidad que necesitaba compartir con ella. Lo pasaron los dos mal, claro. Pero se superó. En fin... Cosas que se dicen, que no van más allá que los clichés en los que uno trata de disimular su ignorancia y cobardía ante la complejidad y la diversidad de la vida. Hoy esa mujer, como tantas, es la primera en mirar con orgullo y satisfacción a su pequeño, que ya tiene más de cuatro décadas de vida. Un caso concreto, común a tantos otros.

Moraleja: no se me compliquen, no, que en la vida ya hay suficientes motivos de angustia y sufrimiento, para inventarse corsés que les provoquen agonía. No fabriquen ustedes dramas donde no existen, y escuchen a su propio yo, y no al que alguien les ha impuesto, o a aquel -mucho más frecuente aún- con el que ustedes imaginan que harán más felices a un tercero o al resto del mundo mundial...

Feliz 28 de junio, amigos y amigas. Dedicado, en especial, a tantas personas que, de una forma u otra, han dado su vida por esta causa. A ellos debemos, hoy, nuestro pedacito de alegría.