Para los que tenemos cierta facilidad dibujando nos es grato comprobar, y ganarnos de paso la admiración de los que contemplan lo pintado, que con cuatro rasgos en un rostro esbozado podemos pasar de caras asombradas a rostros sonrientes o irritados con solo cambiar los trazos de la boca y los ojos. ¡Qué enorme valor tiene la gesticulación del rostro humano, y qué expresiva resulta! Pensé en ello al hilo de lo que me contó mi amigo Juan, quien volviendo de un viaje familiar a Madrid, recabaron en un restaurante en Benavente, y al pedir un solomillo, el camarero adelantó que les podían servir solomillo de potro, y que con solo ver la mueca que se le escapó a mi amigo, el camarero todo diligente dijo que si no le gustaba que se lo retiraba y le traía otro de ternera. Total, que aceptó el de potro, y me confiaba que estaba delicioso. Me quedé con el nombre del restaurante, que no voy a desvelar aquí pues no soy persona que meta publicidad de tapadillo, por si tengo la tentación, porque oportunidades sé que no van a faltar de hincarle el diente al dichoso solomillo de potro. Pero mi alabanza va hacia la amplitud de gestos del rostro humano.