Hay dos posiciones claras en torno al referéndum en Cataluña el 1 de octubre, la del gobierno de España, el referéndum no se va a celebrar por ser contrario a la Constitución, y la del gobierno de Cataluña, se celebrará porque es un derecho de soberanía el poder decidir si los catalanes quieren que Cataluña sea un Estado independiente en forma de república. Dos posiciones claras y enfrentadas como corresponde a un asunto en el que las medias tintas no caben porque aceptar el derecho a decidir es reconocer la soberanía de Cataluña con independencia del resultado de la consulta. La soberanía no se comparte ni en los estados centralizados ni en los federales, y solo en las confederaciones, inexistentes hoy, los estados integrantes conservaban, en calidad de titulares de soberanía, el derecho a abandonarla. Algo similar a lo ocurrido con Gran Bretaña, hasta ahora miembro de una suerte de peculiar confederación como es la UE, no cabe en España. El dilema, pues, se plantea en torno a la soberanía de la que procede el derecho a decidir que Cataluña no tiene por no ser soberana.

En la absoluta confusión, en cambio, andan los defensores del derecho a decidir que, sin embargo, rechazan la soberanía de Cataluña. Como Iglesias que, tras reconocer que la soberanía nacional reside en el pueblo español, admite la plurinacionalidad, casi se atribuye la paternidad de la dichosa expresión nación de naciones, y el derecho a decidir de Cataluña, aunque votaría no a la independencia. Sea por ignorancia o por oportunismo, la consecuencia es que cuando habla de tan grave asunto Iglesias solo transmite inseguridad y confusión. Como cuando acepta un referéndum unilateral pero pactado o cuando defiende el derecho a poner las urnas el 1 de octubre pero afirma que el que pretende Puigdemont no tiene garantías y no es la solución. No hay duda, pongan a su disposición micrófonos y cámaras porque su irrefrenable y vanidosa inclinación a una charlatanería pretendidamente científica acelerará su caída.

Sin llegar a tanto, también Pedro Sánchez se extravía con este asunto, no tanto porque no tenga claro que el referéndum no cabe constitucionalmente y que soberanía no hay más que una, sino porque prioriza el ataque a Rajoy y eso le lleva a meterse en charcos de los que no sabe salir. Quiso epatar con lo de la plurinacionalidad y la nación de naciones y lo dejó en naciones culturales, que es lo que la Constitución llama nacionalidades, tal y como ya denominan en sus estatutos varias comunidades autónomas, Cataluña entre ellas. Ocurre que, al saber a poco eso de nación cultural o nacionalidad a sus socios del PSC y a nada a los independentistas, Sánchez ha empezado a esparcir propuestas inquietantes que provocan más que chispas incluso entre sus propios compañeros de partido y que debería aclarar de inmediato. Defiende así que hay que ampliar las competencias lingüísticas de Cataluña, ¿hasta hacer del catalán la única lengua curricular en aquel territorio?; defiende aumentar competencias en materia judicial, ¿hasta aceptar un poder judicial catalán?; defiende una mayor presencia institucional de Cataluña, ¿hasta garantizarle un puesto en órganos y organismos estatales?; defiende una revisión de la financiación, ¿hasta garantizarle un pacto fiscal a la vasca?; defiende un aumento de sus competencias pero ¿hasta blindarlas pudiendo definir las del Estado como pretendía el estatuto y rechazó el Tribunal Constitucional? Esas son las cosas que Sánchez debe concretar y aclarar en vez de adentrarse en cuestiones tan viejas y estudiadas como el concepto de nación.