No sé la razón, pero últimamente se me acumulan las informaciones sobre chips y tecnologías; intento captar las ideas, los objetivos de los inventos de todo lo que nos viene acoplado en nuestros seres y enseres cotidianos.

No hace mucho escuchaba a un parroquiano lamentarse, quejarse y maldecir en arameo a su perro. El caso es que el bueno del chucho, de natural muy cariñoso, un día salió de casa y no supo volver; seguramente encontró entretenimiento, pudo saciar hambre, sed y lo que fuere menester y, temporalmente olvidó a su amo. Ni el can era un lazarillo ni un sabueso rastreador, pero la electrónica del porvenir ya le había implantado un modernísimo chip. No tendría mayor trascendencia la anécdota si no fuese porque se cruzaron en su camino los empleados públicos que se encargan de retirar de la vía, también pública, a los chuchos despistados y sin correa.

Ha sido este el caso, por lo que al llegar al hospicio perruno el chip cantó por peteneras y, en menos de lo que desayuna el can, ya estaba localizado el dueño, que presto acudió a su rescate. La sorpresa estaba ahí, en el rescate, una suerte de recompensa o de multa por mal aparcamiento, que supuso cincuenta euros de vellón a abonar en el acto por el amo para no acumular mayores penas en su déficit. En fin, un buen servicio y un buen ciudadano.

Los linces ibéricos están controlados por satélite o similar, quieren ahora poner el chip a los caballos salvajes (sic), las empresas informáticas y el big data saben más de nosotros que nadie. Es una pena que el ojo y el oído todopoderosos hayan tardado tanto en llegar, si los enterrados en fosas comunes y cunetas estuvieran chipeados, ¡qué mal suena esto!, posiblemente Rajoy y Cospedal no pondrían tanto inconveniente presupuestario para recuperar sus restos.

Pero no todo funciona tan ajustadamente, hay que perfeccionarlo, hace días LA OPINIÓN publicaba dos trágicos sucesos, la aparición del cadáver momificado de una mujer joven que llevaba muerta varios años en su piso, con el coche en el garaje. Se le encuentra porque ya se habían acabado sus ahorros en el banco, el casero no podía cobrar el alquiler y procedían al desahucio, ni vecinos, ni Google la echaron de menos.

El otro suceso no es menos trágico, apareció el cadáver, también momificado, de un hombre muy mayor porque entra un ladrón en su piso y se lo encuentra mientras busca botín, escapa corriendo y los vecinos oyen ruidos extraños. Los servicios sociales habían intentado entrar, con la familia estaba peleado.

Si a estas víctimas, que se escaparon al control de cámaras y escuchas, les hubiesen puesto un pequeño artilugio con sensores de movimiento, el caco y el banco se hubiesen ahorrado molestias en buscar botines, pero no de los de calzar. Tendríamos que darles las gracias a ambos descubridores, no sé.