Lo decía en la anterior columna, y ahora se cumple... Estamos en agosto. Les parecerá obvio, pero a mí me parece importante remarcarlo. Y es que lo cierto es que seguimos tragándonos el tiempo que disfrutamos aquí, en esta vida que compartimos en este trocito de planeta, tratando de llevar la existencia lo mejor posible, y hasta con ilusión. El tiempo pasa. Anteayer era julio, hoy ya es agosto, y la dramática flecha del tiempo sigue produciendo aconteceres y cambios continuos. Pero lo bueno es que aquí estamos usted y yo, una vez más, pudiendo contarnos mil y una historias que suceden a nuestro alrededor. Hoy, ya lo ven, en este único e irrepetible agosto de 2017, que estrenamos con esta columna que espero sea de su agrado.

Con la misma, sin embargo, sé que no voy a agradar a todo el mundo. Y menos a la organización Hazte Oír y a sus responsables, cuya actitud no les negaré que a mí también me disgusta profundamente. Pero hay que tomar partido y, desde la coherencia y desde una lógica fundamentada y respetuosa, saber señalar lo que uno considera un verdadero disparate. Y es que no se puede frivolizar con los derechos de las personas, simplemente, para posicionarse mejor en un determinado nicho de mercado. No se puede detectar una necesidad y, a partir de ahí, definir un plan de negocio que implica atacar a un tercero, sólo para fomentar la adscripción de diferentes colectivos contrarios al respeto y a la pluralidad. Y no se puede, en definitiva, enfrentar para sacar tajada. No. No todo vale para ganarse la vida.

Hazte Oír es, como saben, el grupo organizado que, después de desplegar varios autobuses por España entera, con un lema tan retrógrado como ordinario contra un asunto serio, minoritario e íntimo, el de la transexualidad, sigue en sus trece en enfrentar a las personas, aunque se lleve por delante los legítimos derechos de buena parte de la ciudadanía. Y, para ello, tal entidad informa de que su campaña continuará por aire, y que una avioneta recorrerá las principales playas españolas denunciando lo que llaman "campaña orquestada por el lobby LGTBI contra los más jóvenes". Pura charlatanería, con un objetivo de marketing bien medido y calculado: y es que el dinero no ha dejado de llegar, a espuertas, desde que tal organización tomó el megáfono en contra de lo que algunos, en su cerrazón personal -legítima en lo tocante a su persona-, no consienten tampoco para los demás.

Independientemente de las veleidades de determinados partidos políticos, de lo que habría también mucho que hablar, la trayectoria de ampliación de la esfera jurídica de los particulares en España, que ha sido diáfana y modélica en los últimos años en lo tocante a las personas LGTBI, no ha dañado a nadie. No he conocido a jóvenes o adultos con cualquier forma de sexualidad que, por la existencia de una ley, hayan decidido cambiar de una a otra de las posibles orientaciones, o a ninguna. Y tampoco creo que haya hoy una mayor conflictividad social en torno a este tema, por la existencia de parejas LGTBI que hayan podido obtener un refrendo jurídico y fiscal a su situación de hecho a partir del matrimonio igualitario. En absoluto. Sin embargo, una campaña específica con el nombre de Van a por tus hijos sí entiendo puede constituir una expresión de homofobia, tipificada claramente por el Código Penal, cuando se refiere de forma velada, pero nítida, a las personas del colectivo LGTBI como posibles autores de una acción contra lo que las familias más quieren: sus hijos. Gravísimo.

La realidad responde, casi siempre, a la opción más simple de todas las posibles soluciones que nos planteemos. Ya lo decía el franciscano Guillermo de Ockham, y a medida que uno crece, se ve mucho más. En este caso, el conjunto LGTBI es lo de menos para Hazte Oír. Porque lo más grave es que la fijación de esta gente y su teima tiene mucho más que ver con el dinero con el que otros están dispuestos a sostenerles, y a sufragar mucho más que los gastos que se generen. Es una forma de vida, en este país corrupto y poco viable, donde el pícaro no ha dejado de tener su lugar, y donde una puede votar como senadora, de forma explícita y proactiva, contra el matrimonio igualitario, para después beneficiarse de él, sin que le caiga la cara de vergüenza. Del mismo modo que los que más se divorcian son los que se rasgaron un día las vestiduras por una ley que, por fin, liberaba de la tristeza de por vida a quien quería romper sus ataduras, hoy muchos, desde la discreción y la doble o triple vida, llenan de hipocresía el espacio público y, por lo que se ve, obtienen cancha también en el espacio aéreo. Pero no. Insisto. No todo vale para ganarse la vida. Y nuestra Justicia debería actuar de oficio ante quien no repara en buscar la fractura social y producir un enorme daño a terceros -dejen ustedes en paz al prójimo-, simplemente, para seguir en el candelero y facturar.