Nueva columna veraniega, en un mes de agosto que, seguramente, bata todos los récords de llegada de turistas a España. No debe sorprendernos esto, ya que en los últimos meses y años, el listón de llegadas cae sucesivamente ante cifras todavía mayores cada vez, en lo que supone uno de los insumos más importantes para la economía del país. Sobre este tema, el "turisteo", y los peajes del mismo, en términos de insatisfacción e incomodidad para la población autóctona, les propongo la columna de hoy. Aquí les queda mi tesis...

Y, miren, la misma está escrita -como casi siempre aquí- desde una lógica de equilibrio. Porque es inadecuado tomar la parte por el todo, lo cual se observa a veces en muchos de los análisis que se esgrimen sobre estas y otras cuestiones. Lo que es evidente es que un turismo sostenible es una fuente de ingresos y una fuente de riqueza para un país. Pasarse de un determinado umbral, sin embargo, puede provocar efectos indeseados desde el punto de vista social o medioambiental, por ejemplo, incluso a veces con carácter irreversible. Pero, ¿cuál es el punto a partir del cual esto es evidente? He aquí la cuestión principal.

Con todo, creo que el turismo es una buena noticia, dando por hecho que nos referimos a un volumen en su justo término. No entremos aquí en cuál es este, que depende de cada momento y cada territorio, pero aquí entra la labor reguladora del propio sector, para empezar, y del conjunto de las Administraciones Públicas, después. Pero lo que es nítido, para mí, es que un turismo compatible con una necesaria sostenibilidad es no sólo una industria hoy, sino una inversión para mañana. Un nicho de empleo indiscutible, que hará más sólida y vivible la sociedad de mañana, siempre y cuando existan buenas prácticas en el ámbito laboral. Y por eso el pretender un ataque indiscriminado contra la industria turística es para mí, aparte de una cafrada, un acto de imprevisibles consecuencias.

El auge del turismo hoy en España no va a ser para siempre. Porque aparte de lo que hayamos hecho bien -que seguro que es mucho-, él mismo se sustenta en la decadencia de otros destinos por inseguridad o por otro tipo de motivos. Esto no va a ser siempre así, y vendrán tiempos donde otros productos turísticos crezcan y encuentren o reconquisten más mercado, en un ejercicio global de suma cero. Es por ello que este tiempo es una inmensa y única oportunidad para consolidar productos diferenciados y destinos atractivos, en época de vacas gordas para nuestro turismo, para cuando las cosas vengan peor dadas. La cantidad es una fuente de oportunidades, pero tal volumen bajará y, si no se retiene parte de ese éxito con fórmulas de calidad y atractivas, los números fantásticos tienen sus días contados.

En tal contexto, es una irresponsabilidad atacar al turismo porque sí, sin más, como nos cuentan que está pasando en determinadas ciudades. Tampoco es correcto ni riguroso identificar tal boom de visitas con falta de oportunidades para los de aquí o con una escasa sostenibilidad. No siempre es así. Y, precisamente, porque existe tal riesgo debemos luchar para que el binomio turismo y respeto a tal viabilidad vaya siempre unido. Por eso sorprende lo que está pasando en lugares como Barcelona, desde determinados estamentos políticos o de opinión minoritarios. Y por eso dan pena y preocupan los titulares en diferentes tabloides del mundo, donde se alerta sobre dichos atentados. Ese no es nunca el camino, y al margen de las actuaciones concretas que haya que realizar para restringir determinadas zonas, o endurecer los requisitos para visitar lugares especialmente sensibles, hay que obrar con cuidado y con una gran visión sobre qué queremos y qué no, con perspectiva amplia.

Y todo ello se lo dice quien sufre, en términos personales, una fuerte presión del turismo cada día de verano en la villa donde vive. Un lugar que buscó por ser tranquilo, pero que en el poco más de un mes entre el 15 de julio y el 20 de agosto se vuelve espantosamente agobiante. Pero eso son temas personales, y hay que saber deslindarlos del bien común, sabiendo estar por encima cuando, en clave de interés para la comarca y sus gentes, dicho turismo supone un verdadero balón de oxígeno en términos económicos, que hay que cuidar y mimar, y sobre el que hay que estar alerta en términos de sostenibilidad.

Turismo sí, pues, trabajando codo con codo para hacerlo cada vez más atractivo desde todos los puntos de vista. Desde el del turista, por supuesto, y también desde las lógicas más locales y en clave medioambiental y social. Pero sin ataques ni otro tipo de intereses...