Según el Barómetro del CIS, un alegrón para Pedro Sánchez, los nacionalismos no son un problema salvo para el 0.1 de los encuestados y la independencia de Cataluña preocupa sólo al 2.6. Suman el 76% los que se sienten sólo español, más español que o tan español como. Prefieren un Estado sin autonomías, con menos competencias para ellas o dejar las cosas como están, el 67.7% sobre un 92.7% que contesta a la pregunta.

Sirvan estos datos de introducción al desparrame de algunos dirigentes socialistas desde que Sánchez apostó por la plurinacionalidad sin explicaciones pese al requerimiento de Pachi López. Sánchez soltó el palabro y definió a España como nación de naciones, expresión que en sede teórica abordaron, entre otros, un veterano socialista y federalista, Carretero, y un ilustre historiador, Jover Zamora, allá por los cincuenta del siglo pasado. Si como reflexión histórica y cultural la expresión merece respeto, política y jurídicamente se trata de un asunto zanjado en la actualidad por nuestra Constitución que es el marco en el que debe hacerse entender un político profesional como Sánchez. Máxime cuando el independentismo llama a la puerta con insistencia. Sánchez rectificó y matizó que no hablaba de Cataluña y el País Vasco como Naciones sino como naciones culturales que, por serlo, merecían un mejor trato que el que ya tienen, ellas y otras, en nuestro ordenamiento jurídico lingüístico y competencial. No le satisface a Sánchez la conocida doctrina del Tribunal Constitucional y quiere para las naciones culturales más competencias exclusivas y excluyentes del brazo estatal. Abierto el melón por Sánchez, Ximo Puig se apuntó también a la plurinacionalidad subrayando que Valencia es un sujeto político cuya existencia institucional quedó borrada por derecho de conquista, batalla de Almansa en 1707, por el emergente Estado nación, España. Susana Díaz rechazó primero el discurso plurinacional. Los socialistas, dijo, no somos nacionalistas sino internacionalistas y ponemos a las personas por delante de los territorios, pero días después en el congreso del partido siembra dudas: Pedro, no me obligues a elegir entre dos lealtades, el PSOE y Andalucía, porque soy la presidenta y tengo que defender los intereses de los andaluces. O Díaz sigue con la ficción del internacionalismo porque suena progre o avisa con reclamar para Andalucía algo más que la realidad nacional aludida en el Preámbulo de su estatuto, pero las dos cosas a la vez no pueden ser. Y Fernández Vara vigilante riguroso de las veleidades del PSC dice ¿para que se le entienda? que hay que perfeccionar la plurinacionalidad pero manteniendo la indisoluble unidad y que la soberanía resida en el pueblo español. Y añade que "Hay que terminar el camino de la CE de 1978, que no está terminado; no sabíamos entonces a dónde se llegaría y el final hay que marcarlo". Y sobre Cataluña, comprensión: "los españoles le debemos devolver su referéndum, aquel que se realizó legal y democrático y que un tribunal después de haber votado se lo retiró". "El 2 de octubre tendrá que haber generosidad en Cataluña? no veo otra salida que reformar la CE", dice Vara. Y cierra categórica la vicesecretaria general socialista Lastra: "La plurinacionalidad es de obligado cumplimiento".

Dicen orgullosos los socialistas que el PSOE es el que más se parece a España. Debe ser así y por eso, como a la mayoría de encuestados, a la militancia socialista y a sus votantes parece no importarles lo que suceda con nuestro modelo territorial. Tal vez porque, pese a la confusa facundia de sus dirigentes, no creen que esté en riesgo la unidad de la Nación y la pervivencia del Estado. Más vale que sea por eso.