La Coruña ha entrado oficialmente en fiestas. Desconocemos si existe el habitual programa oficial, aunque a los coruñeses no nos hace falta ningún recordatorio para sumarnos con más fuerza al goce dionisíaco de vivir. Nuestra fiesta está en lo inmutable en el telón de fondo Atlántico, mar jubiloso, lleno de vida y rumores que, al galope del estirón urbano, invita a ser respetuosos con los límites de la naturaleza. Agosto, para nuestros convecinos, es el mes confiado, el mes que nos ofrece la vida como hospedaje y aperitivo, el mes en el que el viento estival aviva la sensualidad y la holganza se vuelve respetable. La taxonomía atractiva de La Coruña no deja indiferente a nadie, aunque a veces no vibremos con las realidades, ni nos hagamos cargo de su grandeza, hasta que las descubren los de fuera. La ciudad, este año, no ha sido acicalada como se hacía necesario, porque los munícipes se afanaron en mudar el nomenclátor, con cierta levedad en el conocimiento de antecedentes históricos. Queda incólume la calle Real que, en su almanaque, armoniza todos los provincialismos. Es la calle del mundo, la imagen eterna de La Coruña, donde el cosmopolitismo adorna la sociabilidad ciudadana. En el programa de fiestas se ha instalado la música latina, que es una identidad compartida, aunque la incoherencia musical en la clase política no se entiende porque no les apetece. En tiempos actuales, la historia musical transita por confluencias de miseria y violencia en aquellos países hermanos. Venezuela, con su partitura funérea ofrece la contracara del que fue uno de los territorios más ricos de América. Volvamos a nuestras fiestas y a sus pregoneros. Unas fiestas sin pregoneros no son tales fiestas. Despegados de lo tradicional hemos entrado en el hábito e la farándula o del deporte, cuyas figuras hacen lo que pueden. Se ve que el calor de antiguas certidumbres puede sustituirse por el aire acondicionado.

Otrosí digo

Causó profundo pesar el fallecimiento de la Dra. Isabel Candal Recouso, jefa clínica del Centro Oncológico de Galicia, especialista en medicina nuclear y socia fundadora de la Sociedad Gallega de Medicina Nuclear. La Dra. Candal poseía una personalidad afirmada en su camino vocacional, siempre concentrada en su profesión, con una especie de egoísmo angélico para circular por el gran mundo de la Medicina. A su concepción humanitaria de la salud y su concepto social operativo unía un poder taumatúrgico que cimentaba en el estudio permanente y en el amor por el servicio a los demás. La Dra. Candal despertaba enseguida la confianza en el enfermo y alumbraba su fe en la curación, porque en ella las tres voluntades del alma, memoria, entendimiento y voluntad, no eran una mera ficción escolástica. Descanse en paz.