Hace diez años, en 2007, al comienzo de la doble crisis, la económica y la política provocada en Cataluña, se fortaleció la petición esperanzada de una gran coalición PSOE/PP como garantía de viabilidad económica y de estabilidad del Estado constitucional. Habían funcionado antes acuerdos sobre algunos puntos concretos y muy relevantes, la política antiterrorista y el Plan Ibarreche presentado en el Parlamento Vasco en octubre de 2003, aprobado en diciembre de 2004 y derrotado en febrero de 2005 en el Congreso por la conjunción de conservadores y socialdemócratas. Sin embargo, en dirección contraria a cualquier acercamiento entre ambas fuerzas, se firma en Cataluña el 14 de diciembre de 2003 el Pacto del Tinell, que trazaba un cordón sanitario en torno al PP excluyéndolo de cualquier relación política con los socialistas catalanes ya comprometidos para gobernar con Esquerra Republicana e IU. En la misma dirección, con Rodríguez Zapatero en el gobierno, marzo de 2004, se cierran del todo a cualquier acuerdo las puertas, tanto que ni siquiera el apoyo a cambio de nada del PP a Pachi López para alcanzar en 2009 la presidencia vasca las pudo entreabrir. Las dos legislaturas de Zapatero radicalizaron el mensaje contra el PP tratado como la derecha más extrema de Europa con la que nada se podía acordar. Nada, hasta que la dura realidad de la crisis económica se impuso y obligó a la reforma constitucional exprés de septiembre de 2011. Ya en la oposición y con Rubalcaba al frente el PSOE aviva su radicalidad en la calle y recurriendo ante el Tribunal Constitucional todas las reformas legislativas del gobierno Rajoy. Ninguna sorpresa, pues, ante la mala noticia de la incorporación de Podemos al gobierno de Castilla-La Mancha que preside García Page, ninguna sorpresa.

Ninguna sorpresa porque hace dos años, desde 2015, que los socialistas sostienen importantes gobiernos municipales de Podemos y socios, Madrid, Barcelona, Valencia, Zaragoza, Cádiz, La Coruña, Santiago, como estos apoyan a alcaldes socialistas en no pocas e importantes ciudades de toda España, como facilitaron el acceso del PSOE a las presidencias de Aragón, Asturias, Baleares, Extremadura, Valencia y la misma Castilla-La Mancha. Ningún motivo para la sorpresa que algunos comentaristas de moderado talante socialdemócrata muestran ahora ante el nuevo e importante acuerdo castellanomanchego, preludio de otros que promueve Sánchez desde las alturas y desde hace mucho tiempo. Desde que presentó su candidatura a la investidura a comienzos de 2016 aunque esta se frustrara por la ambición y la torpeza de Iglesias y la presión en contra de actores poderosos de dentro y fuera del PSOE. Es difícil negar hoy, sabido lo sabido, que Sánchez intentó un gobierno con Podemos, sus socios territoriales y los independentistas catalanes. Y sería obcecación sostener que no lo pretende hoy a toda costa y a toda prisa.

Ni la gran coalición es, por lo menos desde que el tándem Maragall/ Zapatero lo solemnizó así en 2003, más que una pretensión sin base alguna, ni la moderación y no podemización del PSOE es desde 2015 más que una pía esperanza para desmemoriados. Así están las cosas y no es bueno dejarse engañar.