Ante acontecimientos tan tremendos como el del jueves en Barcelona y Cambrils duda uno de si la columna del domingo ha de hacerse eco del criminal suceso o de recuperar la normalidad y escribir de lo que suele y medio sabe.

Todo está dicho sobre lo primero y solo queda unirse al dolor y a la rabia. Y lamentar los excesos criminales a los que algunas interpretaciones fanáticas de la religión, el Islam en su versión salafista yihadista en este y otros muchos casos contemporáneos, conducen a jóvenes alienados por un opio expandido al amparo de una libertad de expresión por la que, es el caso, pagamos un altísimo precio. El deseo primero e imposible ya es el de que los criminales no hubieran nacido y el segundo, este sí posible, el de que todos los implicados en la prevención del terrorismo trabajen aún más eficazmente de lo que ya lo hacen. Hace meses que hemos podido leer que Cataluña es la comunidad en la que hay más mezquitas salafistas, las que predican la versión más reaccionaria y simplista del Islam, y en donde el riesgo de atentados era mayor. Cierto es que se distingue el salafismo de predicación del yihadista, pero sería una simpleza desvincular la palabra de los hechos y al predicador doctrinario de los jóvenes oyentes que interiorizan los mensajes más radicales para convertirse en activistas estúpidos y brutales. En España sabemos de eso aunque nos costó reconocerlo y ponernos manos a la obra. La palabra está en el origen y la libertad de expresión no debería amparar la que contiene el germen del crimen por más que use disfraz religioso.

Vuelve la columna a donde suele empalmando con lo que trataba hace dos semanas, la infeliz propuesta de plurinacionalidad que a tontas y a locas lanzó Pedro Sánchez en el congreso socialista. También aquí la palabra está en el origen, en este caso de la confusión, y tiene ya consecuencias prácticas indeseables sobre el partido de la izquierda que desde que existe se ha considerado imprescindible en España. Escribía hace dos semanas sobre el desconcierto reinante en el PSOE a cuenta de la palabreja citando a algunos dirigentes del partido que la emplean sin saber lo que dicen desde que se declaró de obligado cumplimiento. Pues bien esta semana hemos tenido más pruebas del desconcierto en los altos niveles del partido. Desde esa altura Óscar Puente, alcalde vallisoletano y portavoz del PSOE, duda al citar cuáles serían las naciones y José Manuel Franco, aspirante a dirigir el socialismo madrileño, sale con lo de que Madrid sería una nación en el Estado plurinacional. Quienes así hablan son políticos a los que debería exigírseles más reflexión y lecturas sobre un asunto de esta envergadura, pero que no cunda el pánico porque se trata de políticos a los que nada cuesta ni importa cambiar en horas de opinión, sobre todo si el cambio es también de obligado cumplimiento. Más serio es el aviso del diputado por Granada y catedrático de Derecho Constitucional, Gregorio Cámara, con altas responsabilidades en el desarrollo de la propuesta de reforma federal de la Constitución. Se pregunta Cámara con razón cuáles serán las naciones y cuáles las nacionalidades y si seguirá habiendo regiones como recoge el artículo 2 de la CE. Y concluye con una sinceridad aplastante: "El problema es que con esa definición de la plurinacionalidad, sin mayor concreción, avanzamos poco. Lo que necesita la formulación plurinacional es que se concrete en qué radica". ¡Acabáramos! Solo un comentario, lo de avanzamos poco es de una benevolencia suma con su partido. Con propuestas improvisadas e inanes como esa de la plurinacionalidad avanzan mucho y rápido hacia el caos y lo peor es que pueden arrastrarnos a todos.