El protocolo municipal coruñés tuvo en su postal escénica una estética entre monegasca y caribeña, cuando se trataba de actos públicos solemnes en los que participaban como elementos decorativos maceros, timbaleros, guardia de honor, etc., cuyos penachos coronaban estaturas humanas dignas de la NBA. De puertas adentro, el protocolo destilaba en cualquier acontecimiento ciudadano la formalidad institucional jerarquizada por el señorío y personalidad de aquellos regidores que, por su prestigio profesional, merecían el respeto del vecindario como arquetipos de la raigambre coruñesa. Ahora, con el populismo instalado en el ámbito local, resulta llamativa, sin precedentes, la decisión de nuestro alcalde de resignar transitoriamente sus funciones en tres concejales antes de disfrutar de sus vacaciones en Bahía del Duque (Tenerife). Se rompe así la norma tradicional que recaía en el primer teniente de alcalde: asumir las funciones del titular ausente. Ha sido un ejemplo insólito, un error político creemos, una disfunción que debilita el rango y la autoridad emanada del cargo. La vida pública tiene muchas servidumbres, entre ellas, respetar y cuidar las normas tradicionales a fin de evitar decisiones personalistas que, en este caso, dejan rarefacta la figura de don Xulio Ferreiro y acentúan la distancia entre alguien que es alcalde de La Coruña y aspira lógicamente a ser alcalde de todos los coruñeses.

Otrosí digo

Fraga Iribarne, que tuvo en La Coruña amores primerizos, trataba con singular finura a nuestra ciudad. En una conferencia en Madrid, en marzo de 2001, dijo: "La Coruña, una de las más bellas ciudades del Universo, fue y sigue siendo una escuela de cortesía". Lo curioso es que los piropos de Fraga nunca se vieron acompañados por los hechos. La Xunta, lo estamos experimentando con mayor acento, nunca se ha librado del bombardeo pertinaz de pretensiones, sistemáticamente localistas compostelanas, a las que está sometida, que no le permite ver nada cuando debieran ver todo y a todos.