Buenos días tengan ustedes, al filo -ahora sí que ya- de la despedida de este mes de agosto. Nuevo encuentro, marcado por un bastante general cambio de ciclo, desde un tiempo de vacación bastante generalizado a los días futuros, que casi empiezan ya, en los que toca otro tipo de tareas. Pero quizá usted es de las personas privilegiadas que pueden programar su tiempo de solaz en este siempre mágico septiembre, fuera del agobio, las colas, el calor excesivo, el sobreprecio y -muchas veces- una peor atención. En ese caso, enhorabuena y páselo fenomenal. La espera habrá merecido la pena.

Hoy en este artículo me referiré a un tema de actualidad en la ciudad, al hilo de la ocupación de las antiguas dependencias de la Comandancia de Obras, y el rifirrafe que ha planteado entre Gobierno Municipal y Oposición. Yo, como siempre, lejos de cuitas partidarias o partidistas, traigo aquí mi punto de vista por si considera usted que puede contribuir a un análisis, diagnóstico y solución sosegada a tal particular. Si eso aconteciere, fantástico. Y si no, mire usted para otro lado y no me haga demasiado caso.

Miren, con lo de okupar a mí me parece que pasa algo parecido a la eterna cuestión de los perros en las playas no habilitadas al efecto o con las conversaciones estridentes en los restaurantes. Y para explicarlo, apelaré a la simetría -que tantas respuestas nos da en el análisis científico y social-, planteando que el comportamiento analizado -la okupación- implica una rotura interesada y sin fundamento de la misma. Aterrizando en la cuestión, quien ocupa piensa que hacerlo es su derecho, debido a consideraciones de tal o cual calibre. Bien... Pero ¿quién ha decidido que esto es así? Pues él mismo, que es arte y parte. Esto quiere decir que el que ocupa siente el legítimo derecho a ocupar, a partir de unas ideas. ¿Y que pasaría si el otro quisiera ocupar cualquier otra propiedad, a partir de otras ideas, tan legítimas como las primeras? ¿Y qué ocurriría si esto lo hiciese otro más? ¿Y si se generalizase? ¿Qué ocurriría si todo el mundo llevase su perro a la playa, independientemente de que el hecho de que haya uno se note poco? ¿O si todo el mundo chillase como algunos en los locales públicos? ¿O si todo el mundo tuviese activado el sonido del teléfono en lugares públicos de espera, donde se pide que se silencie? ¿Sería esto el caos? Me temo que sí... ¿Por qué unos tienen el derecho, o consideran que lo tienen, en menoscabo de las posibilidades de los otros?

Con todo, ya saben que por aquí hay mentalidad abierta, y yo consideraría -por qué no- hasta una posible revisión del concepto de la propiedad privada. Pero, mientras las cosas sigan como hasta ahora, y en aras de una seguridad jurídica y una simplicidad que nos facilitan mucho la vida... ¿por qué unos tienen o consideran que tienen el derecho de ocupar y otros no? Creo que, sinceramente, no es justo... ¿Cuándo se puede okupar y cuándo no? ¿Depende de la naturaleza social del proyecto? Miren, conozco bastante el campo de lo social y sé cómo se dejan los cuernos muchas organizaciones muy válidas para pagar todas sus facturas... ¿Por qué unos sí y otros no?

Si las personas que ocupan la Comandancia de Obras tienen un proyecto que consideran interesante y viable desde todos los puntos de vista, y el Concello -pongamos por caso- lo apoya, quizá pudiera éste arbitrar el uso de una sede pública de forma consensuada, tal y como se hace con muchas organizaciones en la ciudad -sé de lo que hablo-, con su beneplácito como Administración municipal. Pero ¿ocupar? Y, tácita o activamente, ¿consentirlo?

Por razones profesionales he asistido a la ocupación de casi todo. Propiedad privada... -¿recuerdan aquella crisis en A Moura, en la salida de la ciudad hacia Arteixo?-, propiedad pública -viviendas sociales en diferentes lugares de la ciudad- y otro tipo de equipamientos. Y, honestamente, no me parece una buena solución. ¿Por qué? Porque creo que el Estado -y recuerden que aquí no se hace, y me consta que los técnicos de la Administración central y Autonómica lo saben, a pesar de lo que digan a veces sus políticos- ha de proveer a las personas que necesitan una vivienda y no pueden acudir al mercado de la misma, de soluciones habitacionales dignas, en la línea de lo que se hace en muchos países del entorno. Pero sin conculcar el derecho de todos, condicionando un uso no legítimo de determinadas instalaciones. Quizá en la Comandancia de Obras lo que se esté haciendo ahora, en clave colectiva, sea interesante. No lo sé. Pero quizá haya otras muchísimas propuestas, tan interesantes o más, que no están teniendo tal oportunidad, simplemente, porque sus promotores nunca se hubieran planteado ocupar nada a lo que no tuvieran derecho...

Yo no digo que no se pueda canalizar la inventiva, la experiencia, el emprendimiento y las ganas de hacer cosas de quien ocupa para construir algo. Todo ello me parece un activo importante, y ya me gustaría a mí que la sociedad fuese -en conjunto- un poco más coral, tal y como parecen apuntar proyectos surgidos en colectivo. Pero sin reglas trucadas, que a veces las personas aplican, que consisten en un doble rasero para las cosas según las hagan los demás o yo. Eso no es jugar limpio, claro que no.

Recuerdo la anécdota de un concejal prookupación, hace unos años, del que yo sabía que había recibido en herencia un par de pisos, que tenía en alquiler. En el transcurso de una conversación sobre ello le pregunté, sosegadamente: "¿Y, honestamente, qué te parecería a ti si alguien ocupase el par de pisos que tienes, y cuya renta me consta que te hace falta para pagar tu casa de alquiler y las facturas de cada mes?". "Hombre, es que eso es otra cosa", me espetó un tanto alterado. Ya lo ven...