Buenos días! Fuerte marejada estos días en torno a Cataluña y su encaje o no en España. No hace falta que les cuente, porque a estas alturas estarán todos ustedes bastante empapados de la cuestión. Como veo la misma un tanto desde la barrera, con un planteamiento quizá algo heterodoxo, no es algo que me apasione. Pero creo que es bueno que el opinador opine, y ponga algunas consideraciones negro sobre blanco. A ver si ayudan... ¿Y por qué lo digo? Porque veo tanto odio -miren las redes sociales- y tanta distancia entre las partes, que conviene tender puentes desde la cordura y la sensatez reales.

Uno. Creo profundamente en la democracia. En la misma, a veces se gana y a veces se pierde. En sí, la mayoría no es la que tiene que tener necesariamente la mejor idea, pero esa no es la cuestión... La clave es que, si no lo hacemos así, estaríamos aceptando el dominio de las ideas de unos (pocos) sobre otros (más). Por tanto, viva la democracia -sistema menos malo conocido- y tiremos hacia adelante.

Dos. No creo en el nacionalismo de ninguna clase. Ni en el de por aquí, ni en el catalán ni en el español. Creo -creo yo, pero no tiene que creerlo usted, por supuesto- que somos hijos circunstanciales del lugar donde nacimos, que no deja de ser una forma de llamarle a un sitio que, en realidad -en lo tocante a la Naturaleza- ni nombre tiene. Es una forma de organizarnos, de administrarnos, y que nos va bien. Obviamente, tiene unos rasgos culturales y sociales que contribuyen a definirlo. Pero la prueba de que no nos determina es que, a veces, uno encuentra muchas más similitudes con alguien de las antípodas, que con su vecino. Me ha pasado. Poco más. Relativizo el gentilicio, de forma que sume, pero que nunca reste...

Tres. No creo que a Cataluña le convenga desgajarse de un proyecto mayor, ni por su encaje en Europa ni por su relación próxima con España, Portugal y Francia. No creo que, a la larga, sus habitantes salgan ganando. Y, honestamente, creo que a España tampoco le conviene tal cuestión.

Cuatro. Sin embargo, me chirrían profundamente los argumentos -fundamentalmente, en manos del Partido Popular-, que hablan de que no se puede hablar de lo que "no es legal". El argumento de legalidad es pobre y no hubiera permitido muchos más procesos, en Europa y en el mundo, que sí tuvieron recorrido. Que no se contemplen otras formas de organización social porque "no son legales" -lo cual es obvio, a la luz de la legislación vigente- no deja de ser un silogismo. Además, nuestra actual forma de organización política y, en último término, nuestra Constitución, fueron hijos de una coyuntura concreta, con mucho valor en su momento, pero también con su lógica caducidad. Y para esto está la política: para cambiarla con consensos amplios.

Cinco. Que las personas puedan expresarse no es nunca malo. Lo contrario equivaldría a decir que la soberanía real no reside en el pueblo, sino en estructuras que, sin embargo, se supone que están, en último término, al servicio de ese pueblo. A mí no me da miedo que cada cual diga lo que quiera. Creo que eso nos hace crecer. Y nunca nos lastimará.

Seis. Tengo serias dudas, sin embargo, sobre la legitimidad de lo que se está promoviendo hoy en Cataluña desde su Gobierno autónomo. Entiendo -y el Estatut lo recoge- que las mayorías necesarias para la demolición de un Estado y construcción de otro allí, habrían de ser más amplias. Mayoría política cualificada -que no hay hoy-, pero también una clara mayoría social, que creo que falta. Además un Gobierno elegido desde una legalidad concreta, auspiciada en último término desde la Constitución, quizá sea el actor menos adecuado para plantear, promover y guiar tal cambio, por su papel de garante de tal legalidad. Más valdría haberlo hecho desde otros ámbitos que desde un Ejecutivo en el ejercicio de su papel.

Siete. Si la situación está como está, es por la cabezonería de unos y otros. Hace diez años, el porcentaje de "independentistas" era muy inferior al de hoy y el voto para ERC, meramente testimonial. Hoy todo se ha salido del tiesto por el empeño de unos... y por la cerrazón de otros, que sólo fueron capaces de esgrimir dichos argumentos de "legalidad". Pobre, muy pobre. Porque si es verdad que hay un cuarenta por ciento de una sociedad que quiere cambios, habrá que ponerse -como mínimo- a hablar. Y no limitarse a mirar para otro lado...

Ocho. En España vivimos un verdadero secuestro de la actualidad y el protagonismo por parte de la política y los políticos, con cierta connivencia y amplificación por los medios de comunicación. Más que políticos parecen estrellas del rock, y parece que tienen que darnos siempre nuestra ración de trepidante actualidad, para que estemos tranquilos. Así, parece que el único debate existente es el relativo a cómo organizarnos, y no el que tiene que ver con qué producimos, qué inventamos, qué desarrollos realizamos, cuál es nuestra ética colectiva, cómo conseguimos una sociedad más sensible y culta, una sociedad más solidaria, etcétera... No cabe duda de que tal paradigma ha propiciado, también, el actual cariz de las cosas.

Nueve. El diálogo entre iguales enriquece. La imposición, en un sentido o en otro, siempre empobrece. Y si, con todo, algún día una incontestable mayoría plantea legítimamente un cambio profundo y real, ¿por qué no? Repito que creo que no conduciría a mucho, más allá de la épica, pero... ¿a qué conduce la postura contraria?

Diez. Les cuento todo esto porque me siento muy cómodo en la siempre acogedora Cataluña, en ese cruce de culturas que es Madrid, en nuestra Galicia y en cualquier otro lugar. Porque una parte de mis ancestros vienen de esas tierras catalanas, y casi todos de Galicia, y porque lo que más pena me da es todo el odio que se vierte en torno a este debate, que enturbia la vida diaria de muchas personas de bien, que lo son independientemente de su gentilicio. La Historia es dinámica, y las soluciones organizativas de una época concreta no siempre son las mejores para otra. Y no pasa absolutamente nada por hablar de todo ello...