Cuando el conflicto se hace agudo, querida Laila, florece el maniqueísmo, esa tendencia a reducir toda la compleja realidad a solo dos polos o posiciones contrapuestas, de las cuales solo puede sobrevivir una. A este punto está llegando, si no ha llegado ya, el conflicto catalán. Un síntoma de esta deriva es, por ejemplo, que Jordi Évole haya sido vituperado como "equidistante" por uno de los polos en conflicto: en este caso por un grupo secesionista. Pero, no dudes querida, que también podría hacerlo el polo contrario. Cuando la guerra estalla solo se reconoce como válida la adhesión incondicional a uno de los bandos y las dudas, los matices y la asunción de lo complejo son denostados, perseguidos y reprimidos. Jordi Évole había criticado, simplemente, el comportamiento de muchos independentistas en la manifestación de Barcelona contra el terrorismo, reprobando igualmente, por supuesto, la utilización partidista de lo sucedido por parte de otros grupos contrapuestos. Esto bastó para acusarle de algo que en plena guerra se considera traición: la equidistancia. Este distanciamiento de los dos contendientes, teóricamente igual, solivianta a los dos y, por ello, los presuntos equidistantes van dados. Realmente, en los conflictos humanos, sociales o políticos, la equidistancia estricta es imposible. Puede haber distancia, pero siempre será mayor o menor con respecto a un polo u otro, por lo que la equidistancia puede ser una aspiración o una quimera, pero nunca una realidad y mucho menos un crimen.

De hecho, querida, a mí me parece percibir en la mayoría de la sociedad española (no así en la catalana, creo) un distanciamiento del conflicto catalán. La gente parece que no puede, no sabe o, lo que es más seguro, no quiere implicarse en esta guerra y lo que hace es tomar distancia, y cuando tiene que explicarse lo expresa como equidistancia, en el sentido de tomar en cuenta, como por igual, las razones y las sinrazones de los dos contendientes, que para ellos no son realmente los españoles y los catalanes, sino solo "los políticos" catalanes y españoles. Ven y viven el conflicto como se veían y vivían las tragedias clásicas: como una catarsis donde se purifican los propios sentimientos y así se evita el fatídico hybris, con el que los dioses vuelven loco al que quieren destruir. La gente vive el drama de los actores y, hasta cierto punto siente su miedo y su sufrimiento, es decir, compadece, pero cree que el desenlace de la tragedia no les afecta porque entiende que solo es ceremonial, que no es real ni va a implicar efectivamente sus vidas concretas. Y en realidad esto es lo único que les preocuparía: la funesta posibilidad de que la cosa no fuese solo teatro.

Imagínate, amiga mía, que alguien, en plena catarsis decidiera tirar por elevación y, frente a la idea de desgarrar España, propusiese, por ejemplo, construir un nuevo sujeto político, un nuevo Estado, creando la República Confederal Ibérica, mediante el acuerdo y la confluencia de naciones como España, Portugal, Euzkadi, Cataluña y Galicia, ganando peso en la UE e incrementando nuestra presencia y nuestra influencia en el mundo. Seguro que la gente lo vería como un sueño o una utopía (que no quimera), casi imposible, pero bella, atractiva y amable. Sonreiríamos incrédulos, pero no nos alarmaría ni nos inquietaría, porque siempre es más deseable y constructivo un proyecto, por difícil que sea alcanzarlo, que un conflicto, que siempre es deleznable y destructivo.

En fin, querida, ante el conflicto catalán el personal no equidista, sino que simplemente se distancia todo lo que puede, porque ya no se cree nada y porque solo hay conflicto y no proyecto.

Un beso.

Andrés