La guerra de Corea es uno de los asuntos interminables de la política internacional. Concluyó en 1953 con un armisticio, pero como después no se firmó un tratado de paz entre el régimen del Norte y el régimen del Sur la situación legal de guerra continua desde entonces. Los dos países se vigilan con recelo a cada lado del famoso paralelo 38 y cada cierto tiempo protagonizan un incidente fronterizo que acaba por resolverse por vía diplomática ya que tanto Seúl como Pyongyang tienen asiento en la organización de Naciones Unidas. No obstante, el último de esos incidentes parece el más grave de todos al hacer explotar el régimen del Norte (una dictadura hereditaria de signo supuestamente comunista) una potente bomba de hidrógeno y lanzar varios misiles que sobrevolaron el mar de Japón con la intención aparente de advertir a Estados Unidos de que posee capacidad técnica para alcanzar su territorio con una carga nuclear. El presidente norteamericano, Donald Trump, ha amenazado en un primer momento con una respuesta terrible, pero luego parece haber optado, con apoyo de la ONU, por imponer duras sanciones económicas. Como suele decirse, todos esperamos que la sangre no llegue al río pero, dado el perfil psicológico, por no decir psiquiátrico, de los personajes enfrentados la inquietud no se despeja. En cualquier caso, conviene no olvidar que la península de Corea fue escenario entre 1950 y 1953 de uno de los conflictos armados más peligrosos de lo que entonces ya se llamaba "guerra fría". La guerra comenzó con la invasión de las tropas de Corea del Norte que ocuparon rápidamente la mayor parte del territorio del Sur, y luego se prolongó en dirección contraria por el empuje del ejército de una coalición internacional, autorizada por la ONU y liderada por Estados Unidos, bajo el mando del famoso general MacArthur. Las tropas del sur reconquistaron el terreno perdido y llegaron casi hasta la frontera china, momento en el que Pekín movilizó un poderosísimo ejército de tierra que puso en fuga a los invasores. El general MacArthur solicitó el uso del arma nuclear pero el presidente Truman (el mismo que había autorizado su uso contra Hiroshima y Nagasaki) se lo negó, cesó al general y acordó el restablecimiento de la frontera entre los dos países a partir del paralelo 38. Así fue, muy resumida claro, la guerra de Corea de la que tengo una memoria muy brumosa ya que oí hablar de ella siendo muy niño. Al margen de todo eso, la guerra y sus protagonistas tuvieron mucho influjo en el lenguaje español de la época. A un barrio obrero de Trubia, en el concejo de Oviedo, se le conocía como Corea y se llamaba coreanos a sus habitantes, la mayoría de ellos trabajadores emigrados que habían ido allí para ocuparse en la Fábrica de Armas y en otras industrias. Y por extensión, en la ciudad donde resido y en otras, también oí llamar coreanos a los habitantes de los suburbios. Claro que, no todas las Coreas ni todos los coreanos vivían en condiciones de cierta precariedad. En Madrid, lindando con el Paseo de la Castellana y con el estadio Bernabéu, hubo una lujosa colonia de militares norteamericanos que se conocía por Corea. Algunos habrían combatido allí.