El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker hizo el miércoles su tercer discurso anual sobre el estado de la Unión. En el primero dijo que hacía falta más unión en la UE. En el de hace un año, tras el Brexit, la sombra de Trump en América y la de los populismos antieuropeos, que podían ganar las elecciones del 2017 en Holanda y Francia, dictaminó que la UE sufría una "crisis existencial". Tenía razón.

Juncker propone utilizar el buen momento para avanzar en la integración. Tiene razón. Pero su receta, "una Europa, una moneda, una velocidad" responde más al ideal federalista -que puede ser un objetivo- que a lo racionalmente posible en los próximos años. La Europa en la que estamos -y solo es posible avanzar en ella- es la de los estados. Y funciona a varias velocidades. Pretender, por ejemplo, que los 8 países de los 27 de la UE (tras la salida británica) que no están en el euro adopten la moneda única no es razonable. Porque no quieren y además quizás no sería lo mejor. Ahí está el caso griego. Por no hablar de un Schengen generalizado con los problemas de inmigración que existen con Polonia y Hungría.

¿Sería mejor un único presidente europeo y no dos, Juncker y el del Consejo Europeo, el polaco Tusk? Por descontado, pero ya Dinamarca ha reaccionado diciendo que ni hablar. Mark Rutte, jefe del gobierno holandés, un conservador realista y con antena en Berlín, ha calificado a Juncker de "romántico" y ha añadido -gran patada- que cuando se tienen visiones lo mejor es ir al oculista.

La receta de Juncker -más poder de la Comisión de Bruselas- no es la de Alemania y Francia que marcan directrices. De ahí la reciente cumbre de París a la que también fueron invitados el primer ministro italiano, Gentiloni, y Rajoy. Los cuatro grandes. Europa solo avanzará en una difícil colaboración entre la ambición federalista de Bruselas y los ritmos e intereses de los estados. La receta Juncker no saldrá. Pero quizás el luxemburgués, un europeísta profesional y peculiar, no sea un romántico. Quizás lo que pretenda es que el eje franco-alemán y los estados no marginen más a Bruselas, lo que desde luego sería un error.