Evidentemente no quiero castigar a nadie con un sermón sobre los principios éticos que me gobiernan. Todo es más simple -solo un recuerdo de mi Bachillerato hace 45 años- en estas fechas en las que se reivindica de nuevo, con sobradas razones, la asignatura en el Bachillerato actual. En aquel viejo sistema educativo que perduraba aún en los primerísimos años setenta llegábamos a sexto de Bachillerato para titularnos después de la reválida. Los de letras y los de ciencias, todos -y no digo todas, porque no convivíamos en las aulas- nos encontrábamos con una nueva asignatura, la filosofía, y un nuevo libro de texto que no recuerdo haber abierto nunca.

A don Luis ya lo conocíamos por tratar, con mucho esfuerzo y escasa metodología, que memorizásemos la historia de la literatura; pero nadie pensaba encontrarlo como profesor de filosofía, no por un temor especial -pues era benigno calificando si dominabas el arte de las aves charlatanas- pero había incertidumbre.

Había razones para tal sensación de indefensión ante la novedad; comenzaron las clases y nuestros esfuerzos se vieron obligados a memorizar las figuras de los silogismos de la lógica aristotélico-tomista, es decir, un baño de escolástica para grabar a fuego: barbara, celaren, darii, ferio, cesare, camestres, festino, baroco, darapti, disamis, datisi? Disculpen si el orden es incorrecto, si faltan figuras? es memoria pura y dura.

Evidentemente no supimos nada del pensamiento de Aristóteles, ni situarlo en el mapa ni en el tiempo; tampoco de Tomás de Aquino y mucho menos de Descartes, que lo desbarata todo. Así vegetamos meses esperando superar la maldita reválida.

El resto del curso lo pasamos pasmados escuchando a don Luis hablar de sus intereses y sus últimas lecturas. Quiso poner buena voluntad para explicarnos los rudimentos del psicoanálisis, de Edipo, Electra, la interpretación de los sueños, siempre evitando -no podría ser de otra manera- cualquier referencia a la sexualidad. Para muestra valdrá un botón, acabé aquel Bachillerato sabiendo, más o menos, que [ Froid] era el protagonista y qué era el subconsciente; pero tardé un par de años en saber que aquel [ Froid] era Freud. El final del curso se dedicó a la parapsicología, a las curiosidades que aquel buen hombre estaba investigando y con las que nos dejaba embelesados, muertos de curiosidad.

En resumen, sí tuve un curso de filosofía; pero los recunchos grabados en mi memoria no me aportaron herramientas para entender el mundo, sigo buscándome la vida. Por lo tanto solo espero que los adolescentes de hoy no tengan las mismas carencias y disfruten del conocimiento, del pensamiento crítico y de su autonomía personal o de su autodeterminación, como prefieran, para defender sus derechos ciudadanos.