Hace tiempo que tenía ganas de abordar con ustedes este tema, complejo y polémico donde los haya. Pero, hasta ahora, no ha habido mucho tiempo. ¿Por qué? Porque siempre se colaba en medio alguna urgencia, alguna de esas cuestiones tan de actualidad que no podía ser soslayada, o proyectos de artículos que, de ser diferidos en el tiempo, habrían perdido toda su vigencia y fuerza. Y, mientras, la maternidad subrogada y mi punto de vista sobre ella quedaba en el armario. Ya ven.

Pero ahora, quizá por haberse volcado casi todo el pulso informativo en el único tema que parece que existe y existirá, y que yo he tocado ya, he encontrado el momento para plantearles tal opinión. Y a ello me dispongo, en el que será el último artículo de este verano. Porque sí, el mismo va tocando a su fin. Y es que en nada será otoño, una estación que ya les he contado mil veces que me encanta. Y en la que les deseo lo mejor.

Miren, seré claro. Ni me gusta la maternidad subrogada ni creo en ella. Y, por eso, voy a intentar exponerles mis argumentos en tal sentido, siempre desde el respeto a quien piense lo contrario. Y no es cuestión, en mi caso, de que haga una cerrada defensa de la familia tradicional. Ya saben que no, y que mis miras -incluyendo a esta- son mucho más amplias. Mis reticencias van por otro lado. Y es que es el respeto a la mujer, por un lado, y una concepción que deslinda claramente lo mercantil de lo que no debe ser comprado y vendido, lo que me lleva a ello. No creo en tal tipo de maternidad, y sin embargo me parece muy normal que, por ejemplo, un hombre y una mujer no ligados por una relación de pareja puedan proyectar el tener uno o más hijos. ¿Por qué no? Sin embargo, me parece que meter dinero de por medio es algo muy diferente y, sin duda, fuera de la lógica de un proyecto común de futuro.

Yo le he pedido a más de una buena amiga, les adelanto que sin éxito, apostar por un proyecto de paternidad y maternidad sin que ello implicase ser pareja. Que a nadie le extrañe que dos personas puedan no compartir una vida en común como pareja, y sí tener una descendencia compartida. ¿Por qué no? Piensen que esto, de hecho, ocurre en innumerables ocasiones. Tomen nota: hoy el cincuenta por ciento de los matrimonios heterosexuales terminan en divorcio, y muchos de ellos con hijos. Niños y niñas que, a menudo, son utilizados como arma arrojadiza entre dos partes en conflicto. Y que, en el mejor de los casos, crecen como proyecto de dos amigos. Cuando no es de dos enemigos que se tiran los trastos a la cabeza...

Nada de eso tiene que ocurrir si las cosas están claras desde el principio. Uno no va a tener nunca hijos. Y hay, sin embargo, mujeres solas o que comparten la vida con otras mujeres que son amigas y cercanas, que pueden estar interesadas en ser madres, y que sí pueden necesitar el concurso de un hombre para ello. La gran mayoría acude a técnicas de fecundación que pasan por el anonimato de la persona que hace las veces de padre biológico. Pero, sin embargo, puede que alguien no quiera renunciar a la existencia de esa figura cercana, que dé más estabilidad a un proyecto común y conjunto, con visos de futuro en su justo término, alejado de una vida en común como pareja, pero sí revestido por la amistad y esa maternidad y paternidad compartida. Es algo que me parece muy sugerente y, que si hubiese tenido la oportunidad, yo lo hubiera intentado.

Pero la maternidad subrogada es algo muy diferente. Primero, por lo que ya adelantaba. Aquí ni hay proyecto común, ni simetría entre las personas. El que tiene el recurso -un hombre o una pareja- paga y manda. Y la mujer gestante tiene un papel subsidiario, que le invita a traficar con lo más íntimo -su yo- solo para satisfacer una necesidad de quien por nivel económico paga y exige. No me va. Pero aún hay más... Ni se trata de proyecto común, ni de una forma de llevar conjuntamente adelante una vida. No. Es un mero intercambio que, además, segrega socialmente, al estar disponible solo para cierto estrato económico, que pone bastante dinero a cambio de algo que, desde mi punto de vista, no es solo una mercancía, y que no puede estar regido por las reglas del mercado.

Por todo lo dicho, no. No es para mí la maternidad subrogada. Aún así, ya saben que soy de los que entiendo que lo que no es bueno para mí, sí puede encajar en la lógica y el imaginario de otras personas. Por eso si la pregunta fuese algo así como si yo autorizaría tal práctica en España, hoy ilegal, les confesaré que no me he formado del todo aún una opinión al respecto, aún habiéndoles expuesto mi punto de vista. Quizá dé para otro artículo, más adelante. No lo sé. Y, por lo que se ve en otros países del mundo, tampoco descarto que esto sea una realidad aquí en un futuro no muy lejano. En esta ocasión me he limitado a contarles el motivo por el que yo ni lo consideré nunca para mí, ni lo defiendo cuando me preguntan sobre ello. Les he contado por qué lo he descartado siempre de plano, quizá porque trato de basar mi relación con las personas en una simetría para mí absolutamente necesaria. Si lo leen, y les sirve para contrastarlo con su propia opinión, me daré por satisfecho.