(...) Miles de niños y nadie allí para cuidarlos, nadie grande, eso es, excepto yo. Y yo estoy al borde de un profundo precipicio. (?) si algún niño echa a correr y no mira por dónde va, tengo que hacerme presente y agarrarlo. Sería el encargado de agarrar a los niños en el centeno. Sé que es una locura; pero es lo único que verdaderamente me gustaría ser.

Ahora que todos se preocupan de los sentimientos, se movilizan por los sentimientos, se embadurnan de identidades, ahora que andan buscando como locos a topógrafos que delimiten claramente las fronteras, quizá sea el momento adecuado para detenerse y mirar alrededor, no importa de qué lado de la raya divisoria ni al borde de qué precipicio estemos.

En un contenedor de basura urbano un hombre pobre, excluido de las bondades de la sociedad, encontró a un bebé recién nacido, de pocas horas; gracias a su aviso la criatura vive, no ha caído al precipicio y su rescatador sigue buscando chatarra en los contenedores, el guardián entre los desperdicios.

En las dos trincheras de la demagogia hay pobres que no despiertan sentimientos, que no agitan banderas, que comen caliente cuando hay una oportunidad, que hablan como les da la gana; pero normalmente no hay nadie que les escuche.

No saben nada de los 40.000 millones de euros, o los que fueren, del rescate a la banca, no saben nada de los pufos, condenas escurridizas, desfalcos y atracos de los cabecillas a ambos lados de las fronteras. Los más afortunados sabrán algo de rentas de inserción, de beneficencia, de almuerzos de caridad; pero todos siguen pendientes de lo bien surtidos de basura reciclable que estén los contenedores, la chatarra no tiene idioma ni pasaporte, nadie les pide la factura de los ferranchos rescatados esta noche, ni si son de contrabando. Ni las sociedades de las banderas ni sus gobiernos quieren aplicarle el IVA a la desvencijada silla de playa de hierro oxidado o a los gramos de cobre del motor de aquel juguete abandonado. Ellos también son juguetes abandonados y les importa un higo todo el entusiasmo que desbordan y derraman las almas cantoras y abanderadas que abarrotan plazas y calles, que les ignoran, que no son de su clase, que no se pueden mezclar así como así. A fin de cuentas aquellos que vociferan fabrican hijos de pura raza y, si alguno tiene la mala suerte de aparecer en el contenedor de basura, siempre hay un sin patria para rescatarlo y buscarle quien le dé refugio al amparo de alguna bandera y le enseñe alguna lengua. El idioma de los contenedores de basura y de los usufructuarios de sus beneficios es universal, afortunadamente para ellos. Es lo único que tienen, mientras rescatan bebés.