La semana pasada escribí que el referéndum ilegal de Cataluña abría peligrosas incógnitas y que la jornada podía acabar muy mal. No hubo catástrofe? pero se rozó.

Contra lo pregonado, el Gobierno no pudo evitar que se abrieran muchos colegios electorales y que votara un 40% de la población (cifras de la Generalitat). Un 90% a favor de la independencia.

El referéndum no tenía valor jurídico e incluso la comisión internacional, nombrada por la Generalitat, ha dicho que no se celebró con las debidas garantías, pero lo relevante no fue ya la votación -pocos colegios, muchas colas- sino la desmedida actuación policial contra muchos votantes. Las imágenes corrieron rápidamente por la red y por las televisiones y fueron un auténtico escándalo. Hasta el punto que la Comisión Europea condenó la violencia y que el Parlamento Europeo debatió el asunto el miércoles, antes por cierto que el español. Lo más grave es que la desafortunada actuación del domingo ha incrementado la desafección respecto a España.

Y envalentonado por la movilización independentista y la mala imagen de la actuación policial, Puigdemont dio a entender que, tras conocer los resultados definitivos, el parlamento catalán actuaría según la ley de transición, haría una declaración unilateral de independencia (DUI). Y los activistas de la ANC y Omnium Cultural promovieron un "paro de país" (una huelga general a la carta) para el martes. Fue bastante seguida. Lo principal, no obstante, fueron las grandes -y pacíficas- manifestaciones de jóvenes.

El martes por la noche Cataluña estaba inflamada por la protesta, pero había un inicio de inquietud. ¿Cómo acabaría todo? Y el severo discurso del Rey -el Gobierno "tocado" por lo del domingo se blindó en el monarca- generó alarma. Y el miércoles, mientras los bancos catalanes caían fuertemente en Bolsa y se visualizaban negativos efectos sobre la economía, una parte de Cataluña pasó de la inflamación contra España al miedo al futuro. Sentimiento que pasó a alarma el jueves con la decisión -para no perder la protección del BCE en caso de independencia- del Banco de Sabadell y de Caixabank de trasladar sus sedes sociales fuera de Cataluña.

Además, el 60% de catalanes no fueron a votar y los gobiernos europeos se han negado a intervenir o mediar en los asuntos internos de un Estado democrático. Por eso sectores relevantes de la sociedad catalana -incluso independentistas- empezaron a hacer presión para que -pese a lo anunciado por las CUP- el parlamento no vote el lunes (al final será el martes) la independencia. El jueves Jordi Basté, independentista notorio y el conductor del primer programa de radio en Cataluña, aseguró que en este momento la DUI no es conveniente. Los editoriales de La vanguardia y El periódico, los dos grandes diarios catalanes, iban en la misma dirección y entidades como el Colegio de Abogados y el Club de Fútbol Barcelona se ofrecieron para una mediación.

El propio Puigdemont habló de mediación internacional en su alocución del miércoles, pero sin renunciar a aplicar los resultados del referéndum. El president tiene una difícil papeleta. Está atrapado entre la presión del movimiento separatista que quiere declarar la independencia ya y la de una Cataluña más amplia que le advierte de la locura de tirarse al precipicio.

¿Qué pasará finalmente el martes? El pronóstico es que el parlamento hará una declaración de independencia formal pero que, al mismo tiempo, pedirá una mediación internacional, de forma que la independencia efectiva se retrasaría. Puigdemont querría así satisfacer a las CUP y evitar que Rajoy suspenda la autonomía.

El riesgo es no conseguir ninguna de las dos cosas. Es difícil la coexistencia en un mismo país de dos legalidades diferentes y la presión moderada sobre Puigdemont aumentará el fin de semana. El Ara, diario independentista pero cauto, ha publicado un artículo de Santi Vila, conseller de Industria y dirigente moderado del PDeCAT, abogando por aplazar la declaración de independencia.

Puigdemont se lo tiene que pensar: la intervención laminaría el poder fáctico del independentismo. Rajoy también: intervenir sería aplaudido por Aznar (y muchos otros), pero que pasa después. A la larga Cataluña será lo que los catalanes quieran. La fuerza puede ser efectiva a corto y finalmente llevar a la ruina.

El domingo 1 rozamos la catástrofe. ¿Nos libraremos del desastre el martes?