Te veo, querida Laila, conmovida y conmocionada por lo que nos está sucediendo a todos en este país llamado España. Yo también lo estoy y no sé cuántos españolitos habrá como nosotros, pero muchos seguro. En este momento de crispada exaltación de banderas e himnos, a mí me ha saltado el de Sitio Distinto que entonaban nuestros Resentidos: "Estamos en guerra pero hay que reflexionar".

Para muchos, no sé cuántos, no debe estar siendo fácil ser y/o sentirse español, aun queriéndolo. El asunto no es nuevo, porque España, sea ésta un estado, una patria, una nación, una nación de naciones o todo a la vez, ha sido de viejo un problema. Un problema no sé si determinado o indeterminado, pero un problema. Este debate, vigente desde la generación del 98, ha florecido incluso durante la dictadura, cuando no se podía siquiera poner en duda que España era una, por diversa que fuera, grande, por pequeña que fuese, y libre, por sometida que estuviese a la espada y a la cruz. Debate, por ejemplo, entre los falangistas Laín Entralgo, que escribió España como problema, y Calvo Serer que le respondió con España sin problema. Y esto en "el décimo año triunfal": 1949. Pues bien, querida, España sigue siendo problema.

Es verdad que estos días han saltado a nuestras calles muchos españoles, no sé cuántos, envueltos en la bandera bicolor, gritando con evidente exaltación: "Yo soy español, español, español", que se ha convertido en la letra de un himno que no tiene música, a falta de un himno que tenga letra. Este grito que, según parece, nació con la victoria de la selección en el mundial de Sudáfrica, fue coreado por todos, nacionalistas de toda especie incluidos, como manifestación de alegría por una victoria deportiva. Igual que, en aquella misma ocasión, ondeó masivamente la bandera española junto con la de todas las comunidades autónomas. Aquello se leyó incluso como un saludable rescate o recuperación de los símbolos nacionales, no precisamente prestigiados. Hoy este grito se ha connotado con unas posiciones políticas determinadas, que en muchos casos también esconden derivas ultras, con lo que será muy probable que siga la misma suerte que la bandera y el himno de España han tenido. Este grito también puede ser la expresión de un subconsciente complejo de inferioridad de quienes, a su pesar, no pueden dejar de vivir su condición de españoles como un problema, en la profundidad de su alma. No se ve a ciudadanos de otros países, con problemas como los nuestros o peores, salir a las calles gritando soy portugués, francés, italiano o griego expresando su identidad nacional tan compulsivamente. A esta reacción patológica ante nuestro complejo de inferioridad colectiva ayuda lo suyo el propio Gobierno cuando, en su propaganda institucional, trata de estimular nuestra autoestima patria y, en la fiesta nacional, nos llama a sentirnos "orgullosos de ser españoles". Una de dos: o este llamamiento obedece al mismo complejo de inferioridad que padecemos, o nuestros mandarines creen que la mayoría de la población sufre una profunda desafección por su país. En todo caso, no deja de ser chocante que la palabra española orgullo provenga, precisamente, del catalán "orgull".

Buena será la sana autoestima patria, pero malo puede ser un orgullo hipertrofiado que, por tener su origen en un complejo de inferioridad, se convierta en arrogancia o en un exceso patológico de una estimación "identitaria" nacionalista y parcial.

Creo, querida, que hoy sí tenemos "un" problema agudo, Cataluña, que hemos de abordar, pero que no se resolverá nunca si no afrontamos al tiempo "el" problema crónico, España, que debemos solventar. Y hay que reflexionar.

Un beso.

Andrés