Lo que les cuento hoy no es novedad. Está en todos los periódicos. Está en la retina de muchas personas, de cerca y de lejos, que se han asomado a lo que cuentan estos días los canales de televisión. Y, en carne propia, en la vivencia absolutamente horrorosa y a veces sin vuelta atrás que han tenido muchos convecinos estos días. Buena parte de las reservas boscosas de Galicia, Portugal y Asturias han ardido como yesca, una vez más, habiendo numerosos indicios -como de costumbre- de que no ha sido por casualidad. Sobre esto quiero reflexionar hoy con y para ustedes.

Y lo primero que pondría sobre la mesa es que lo único sorprendente de este triste conjunto de episodios es que hayan acontecido en el mes de octubre. Ahí, en eso, sí que tiene que ver la climatología, que nos está llevando a escenarios verdaderamente inéditos. Sin apenas lluvias durante varios meses, y con los restos de Ophelia trayéndonos vientos fuertes en algunas zonas, ciertamente el escenario temporal era adverso ante posibles fuegos. Como digo, sorprende que todo ello se diese así en octubre. Pero, por lo demás, nada diferente de lo que pasa en verano. La misma técnica y las mismas formas... Cuando los hados son más propicios para el fuego, y siempre con nocturnidad y en múltiples focos a lo largo de diferentes vías de comunicación, los incendios han surgido. ¿O no? A partir de ahí, con una cantidad de incendios importante, es fácil que la situación sea absolutamente impredecible.

No seré yo quien hable de mafias organizadas, de pirómanos aislados o de distintos tipos de intereses creados. Seguramente algo habrá de todo ello, o de casi todo, y corresponde a quien tenga la competencia de investigarlo llegar a conclusiones y formular un veredicto. Pero, si nos atenemos a la estadística y a la simetría con situaciones anteriores, parte de la conclusión está cantada. Y esta es que, entre nosotros, hay quien quema el monte. Y, con él, destruye por medio del fuego casas, granjas, empresas, tierras de labor, vehículos y líneas eléctricas y de otros suministros. Quien quema el monte, así, nos arruina. Pero, sobre todo, quien quema el monte quema personas, únicas, irrepetibles y que ven cercenado su derecho más elemental: el derecho a la vida. En Galicia han sido cuatro, que no volverán, por lo que me consta en el momento de redactar esta noticia. Y no digamos en Portugal, donde van decenas de seres humanos exterminados entre las desgracias de este verano y las más recientes. Quien quema el monte es, así, homicida, con todas las letras. Y por eso titulo el artículo Una de villanos. Porque estamos hablando de delincuencia mayor y grave. De personas que, por lo que sea, no sólo destrozan el patrimonio y el futuro de todos, sino que matan, y mucho.

Es por eso que la respuesta ante todo ello ha de ser unánime, dura y definitiva. No estamos hablando de naderías. Nuestra comunidad depende mucho más de lo que pensamos de su entorno natural y, a partir de ahí, lo hacen también temas tan dispares como nuestra salud y nuestra economía. El pulmón verde que es Galicia y Asturias y, en general, el noroeste de la Península Ibérica, está íntimamente ligado a su vegetación, a su flora y a su fauna, a su entorno natural. Si lo perdemos, estamos abocados a un gran fracaso, desde muchos puntos de vista. Porque nuestro ciclo del agua, la calidad de nuestro aire, nuestra excelente producción agropecuaria, nuestro turismo cada vez más boyante, muchos de nuestros modos de vida, nuestro pescado y nuestro marisco únicos, nuestro paisaje feiticeiro y mucho más -incluyendo nuestra calidad de vida- dependen de la salud de los bosques. Sin ellos, nada de eso sería igual. Sería mucho peor, no lo duden.

Es momento, pues, de llorar la negrura de lo que fue verde. Claro que sí. Pero también de arrimar el hombro. De impulsar que se llegue al final en todo este asunto, recurrente y grave, y que la sociedad sea consciente de que este es un tema crucial y nuclear en nuestra convivencia. Y también es momento de buscar consensos amplios, por encima de la política y los partidos políticos, para pensar nuevas posibilidades de gestión forestal, políticas de prevención y formas de creernos de verdad que nuestro rural es viable, y que los estímulos a la fijación de población en el campo nos ayudarán a ser más fuertes. Ideas que ayuden a que el Gobierno de turno tenga instrumentos verdaderamente potentes no sólo para trabajar en la extinción de los incendios -lo cual es fundamental, claro- sino también para imaginar una Galicia menos vulnerable en cuanto a esta temática. Aún así, a veces los elementos se conjurarán, y será difícil evitar desgracias. Pero un bosque limpio y bien aprovechado, en un entorno más habitado y valorado, y con una sociedad más concienciada, arde mucho menos. Ejemplos los hay, y algunos cerca. Trabajemos para ir hacia ese paradigma.