Son ustedes de certezas o de incertidumbres? Piénsenlo un poco, que la cuestión no es tan evidente como pudiera parecer a primera vista... Todos tenemos algunas certezas e incertidumbres, pero lo importante es cómo las priorizamos, cómo las comunicamos a los demás y, sobre todo, cuáles de ellas forman parte del núcleo duro de nuestras creencias, de nuestro imaginario...

Se trata de ver si somos personas que lo tenemos todo muy claro, y que creemos en una especie de "ley natural" que gobierna los diferentes aspectos de nuestra vida o, por el contrario, si entendemos que mucho -muchísimo- de lo que sucede en el aquí y el ahora está relacionado con convenciones y convencionalismos que, por qué no, bien pudieran ser de otra manera. Si creemos de una forma férrea en algunos de los postulados de nuestra propia vida, con convicciones casi marcadas a fuego o, si por el contrario, mantenemos una lógica que dialoga mucho más con el medio y con otras lógicas ajenas, buscando un crecimiento personal y colectivo por medio del hegeliano ejercicio de la tesis, la antítesis y las síntesis.

Si me han leído un poco, saben que yo soy más de incertidumbres que de certezas. Bebo de las fuentes de Descartes y su metódica duda, pero también de las de Heisenberg, cuando postula que todo lo que tocamos estamos indefectiblemente mediatizándolo. Y creo profundamente en valores absolutos, ligados por ejemplo a los derechos más fundamentales de las personas. Pero, a partir de ahí, entiendo un cierto relativismo ligado a los tiempos, las culturas y las situaciones personales y comunitarias. Me cuestiono gran parte de mi realidad, de esa forma que la Ciencia nos enseña a preguntarnos, y suelo pasar por el tamiz del método científico algunas de las cuestiones que nos parecen incluso más irrelevantes. Porque preguntarse precisamente "¿por qué?" entiendo que contribuye a hacernos más libres y a despojarnos de lo superficial y añadido, como capas de cebolla que son fruto, únicamente, del ejercicio de caminar.

Este es tiempo, sin embargo, de certezas. De personas que pontifican desde sus altares sin dejar un resquicio para la discrepancia o para el complemento a lo escuchado. Es tiempo de mensajes escuetos y casi de periodísticos titulares. De tuits. Momentos poco propicios para la lírica. Para detenerse y disfrutar con las palabras y con la potencia y la fortaleza de todo su significado. Son tiempos de pocos matices. De posiciones de extremo en el uno y otro lado, que vemos que se refuerzan en el recién salido del horno último barómetro del CIS. Pero no son tiempos en que toda la escala cromática merezca el análisis global. Un análisis, por otra parte, parco en herramientas y hasta en saberes.

Es normal que, en ciertos momentos, todos exhibamos certezas. Cuando, en nuestro ejercicio profesional, se nos pide una tarea o un servicio de cualquier índole, que cumplimos de forma diligente. O cuando nuestra responsabilidad concreta nos lo exige. Es normal que un Presidente del Gobierno, cuando actúa como tal, no muestre fisuras respecto a la unidad de España. O que un Rey, que tiene tal cometido y privilegio amparado por una determinada normativa, la respete, promueva y aliente, para frenar la incertidumbre. Todo ello es lógico. Son certezas que no pueden ser de otra manera. Pero esas son certezas puntuales y hasta obligadas. Se trata del rol del que nos dotamos para vivir, con mayor o menor intensidad dependiendo de quienes seamos y del momento concreto de nuestra vida. Pero también es de gran riqueza, para mí, dejar espacio para la incertidumbre. Y, si no nos toca ninguno de esos papeles, quizá podamos imaginar más escenarios. ¿Por qué una, grande y libre? ¿Y si negamos la mayor, y cuestionamos abiertamente los beneficios de tal paradigma? ¿Qué significa la solidaridad interterritorial en un Estado en que esto, claramente y por las diferentes normas coexistentes en materia fiscal o de servicios públicos, no es así? ¿Nos creemos verdaderamente que arropamos, más allá de las declaraciones grandilocuentes ante las cámaras, el espacio y las oportunidades del otro? ¿Qué importan algunas de nuestras cuitas girando a alta velocidad sobre un geoide en medio de la maravilla del Universo?

Ya ven, hoy trato de las certezas y las incertidumbres. Y lo he hecho a partir de un tema muy de actualidad. Si me han leído un poco, ya saben mi opinión. Pero, más allá de ella, de lo que asumamos como mejor, es bueno pulsar de vez en cuando la tecla de la incertidumbre. De ir más allá en el proceso mental de tratar de entender al otro, o de analizar otras vías o posibilidades. De transitar, aunque sea sólo a ratos o a modo de prueba, de las certezas a las incertidumbres. De intentar ampliar la esfera del conocimiento, mucho más allá del Derecho y más cerca de la Física. Y es que vivir con demasiadas certezas, absolutamente inapelables y monolíticas, termina demasiadas veces por reventarle en la cara a quien lo practica, en forma de cuestionamiento depresivo, salida por la tangente -o a por tabaco-, o nueva vida con una camisa de flores en una playa de Brasil...

El ejercicio del pensamiento abstracto, más allá de lo conocido, siempre enriquece. Permite cotejar el peso de certezas e incertidumbres propias y ajenas. Y, a veces, hasta hacernos más libres. Pero se dice en los mentideros que sólo los que atesoran certezas dan pasos en lo público y lo colectivo, y allí triunfan. Y las incertidumbres, en cambio, se quedan demasiadas veces intramuros o, a lo sumo, impresas en un papel de periódico.