Tengan ustedes buenos días. O buenas tardes, según se tercie. O incluso buenas noches, si me leen apurando las últimas horas de la jornada. Hacía tiempo -varias columnas- que no les saludaba explícitamente. Y es que, a veces, uno entra directo a la cuestión que le ocupa, dando por realizada la tarea de presentarles mis respetos. Pero no, es bueno pararse y hacerlo, que son tiempos de probada indiferencia, y si uno no es de tal guisa ha de mentarlo, defenderlo y de mostrarlo con los hechos. Buenos días, pues. Y un placer saludarles.

El caso es que hoy vuelvo a tocar un tema clásico de la comunicación, como es el de la supuesta libertad de expresión frente a determinados valores. Lo hemos hablado más veces, y saben que yo lo tengo claro. Ahí va mi tesis: ante determinadas ideas básicas, fundamentadas y bien consolidadas aquí, en nuestro contexto próximo, soy de los que piensan que no valen los relativismos. Y esto no es contradictorio con defender un cierto grado de incertidumbre -de incerteza, tal y como planteaba en uno de los últimos artículos- fuera de tales límites, ni mucho menos. Me refiero ahora a algo distinto, a cuestiones nucleares desde el punto de vista conceptual y, tambien, en relación con nuestra convivencia. ¿Cuáles? Pues, para ser breve y resumir, las relativas a los derechos más elementales de la persona. Los derechos humanos. El derecho a no ser discriminado por ninguna característica propia de la persona. Ante semejantes cuestiones, en las que Europa ha desarrollado un pensamiento y una praxis sin parangón en casi ninguna parte del mundo, no podemos permitirnos ni un milímetro de retroceso. De una forma o de otra, a nosotros o a nuestros hijos, nos va la vida en ello.

Cuento esto a tenor de las declaraciones, una vez más, del eurodiputado polaco Janusz Korwin-Mikke, y de las noticias relacionadas con el nuevo escándalo que protagoniza en la Eurocámara. Ahora dice -en una nueva salida de tiesto que debería avergonzar a sus conciudadanos- que "son las mujeres que trabajan fuera de casa las causantes de la despoblación rural". Un sinsentido como razonamiento, pero también un claro atentado contra la mujer en virtud de su género, sin más. Y llueve sobre mojado. El Parlamento ya le había sancionado a raíz de unas declaraciones suyas en las que justificaba que, ante igual trabajo, las mujeres ganasen menos dinero que los hombres, debido a su "menor inteligencia y mayor debilidad". Una conducta reiterativa, ante la que la eurodiputada socialista española Iratxe García ha solicitado una nueva sanción para el señor Korwin-Mikke, encendiendo los ánimos de este último por coartar "su libertad de expresión".

Y ahí entro yo. ¿Es libertad de expresión lo de este señor, que en reiteradas ocasiones tilda a la mujer de "más débil", "menos inteligente" o de estar destinada a las labores de la casa? Mi visión es que, en Europa, no. Se trata de debates cerrados ya, hace unas cuantas décadas, asociados a valores fundamentales. No son temas abiertos, exactamente igual que el de si una persona de raza negra es menos o más que una de raza blanca, o si tiene menos derechos o más. No toca. En Europa hemos pasado ese Rubicón, con creces, de una forma clara e irreversible. Y, por tanto, no son temas opinables. Todo lo que se aparte de ahí es discriminación por género, raza, morfología, o por cualquier otra condición, tales como religión o espiritualidad, orientación sexual, etc. Y, por tanto, perseguible de oficio por la Fiscalía que sea competente.

En otras partes del mundo, tristemente, esto no es así. Pero aquí -en este marco amplio que es Europa-, sí. Y por eso la mera exposición de tales ideas habría de constituir un tipo penal, exactamente igual que la justificación o el enaltecimiento del Holocausto nazi, o comportamientos asimilables. No es libertad de expresión decir lo que uno quiera o lo que a uno le dé la gana en relación con estos temas, y mucho menos en Sede Parlamentaria o en actos oficiales. Es, directamente, un asalto y una vejación contra una parte de los ciudadanos de una Unión Europea que busca ser un espacio de libertad, respeto y concordia. En este caso, contra todas las mujeres que forman parte de ella. Y es, por tanto, un ataque directo contra los valores que sustentan el proyecto Europeo. Porque en Europa una mujer es considerada con los mismos estándares y derechos que un varón, como pilar fundamental sobre el que se basa una visión de género todavía mucho más amplia y compleja. Nadie puede permitirse vulnerar esto, porque es lastimar el núcleo más íntimo de los derechos de terceros, de forma innecesaria, cruel y errónea.

Libertad de expresión es otra cosa. Pero nunca lastimar porque sí, en temas superados. Y eso, aquí, no toca. O no debería tocar. Por eso creo que el eurodiputado Korwin-Mikke debería ser sancionado por la Mesa del Parlamento, en la línea que defiende la eurodiputada García. Y que, de persistir en su planteamiento, debería ser tenido en cuenta el choque frontal contra los valores de la Unión y su Parlamento que representa su discurso, incompatible con este marco de convivencia. A partir de ahí, la Justicia debería hacer su trabajo. Y es que, si no lo hace, el precio puede ser muy alto.