A raíz de una conversación que he tenido hace un rato, justo antes de escribir estas líneas, he decidido hablarles de personas. Y es que creo que es una buena gimnasia, en lo personal y en lo profesional, no perder de vista el hecho de que -hagamos lo que hagamos- estas -las personas, en general- han de estar siempre en nuestro foco más privilegiado de atención. Las personas han de ser parte de la lógica profunda de lo que hagamos, siempre. Porque, si no es así, algo fallará en nuestro desempeño, y este se distanciará del punch que, realmente, quería provocar.

Miren, si somos educadores, esto está claro. El objetivo de nuestros desvelos ha de ser el de formar integralmente a los nuevos ciudadanos y ciudadanas de nuestra sociedad. Sea en el ámbito de las Matemáticas, de las Sociales o de la Educación Física, no podemos quedarnos en los contenidos curriculares, por importantes que estos sean. Toda nuestra acción ha de dirigirse, además, a que nuestros educandos conozcan y se impregnen de valores positivos de cara a los demás y a la sociedad. Las personas, primero. Las personas son lo más importante, y a partir de esta idea hemos de orientar nuestro esfuerzo. Por eso contenidos más valores forman un todo, amalgamado, que hemos de aportar a las personas -personitas- con los que trabajamos, pensando en ellas y tratando de sacar de dentro de ellas -educar, "transportar hacia afuera", del latín"- sus propias potencialidades. Si no enfocamos nuestro trabajo en cada uno de nuestros pupilos, en un esquema decidido de atención a toda la diversidad que nos encontramos en el aula, este será menos eficaz.

Si trabajamos en la Sanidad, esto se muestra meridiano. De poco sirve el luchar contra un virus o contra una neoplasia si no somos capaces de confortar, tranquilizar, atender y acompañar. Curar, sí, claro. Pero esa visión holística del servicio a la persona incluye también todo lo demás. Las personas son lo más importante, y nuestro foco son ellas. Si hiciésemos solo investigación, nos centraríamos en tal tejido, en determinado modelo epidemiológico, o en tal reacción anafiláctica. Pero, tratando a personas, cobran vida e importancia los sentimientos, las sensaciones, las frustraciones, la alegría, la tristeza y el respeto por encima de todo. En una concepción sanitaria moderna, tanto desde el punto de vista médico como muy especialmente desde el de la enfermería, el cuidado integral exige una completa orientación a la persona y sus necesidades.

No hay que explicar demasiado que, desde la óptica de los servicios sociales, la piedra angular sobre la que todo pivota es la persona. Cuando estás tramitando una ayuda de emergencia social, o la posible concesión de una Risga, o cuando se busca una solución habitacional para una persona en situación de vulnerabilidad, no se trata únicamente de recopilar datos de renta, historia social o problemática aguda. Tienes ante ti un ser humano, que vibra y late como tú, y al que te debes por encima de todo. La persona es tu razón de existir como servicio, como profesional adscrito a él y como gestor de prestaciones, y a ella has de orientar tu tarea. Evidentemente, a veces tu misión será encauzar, otras proponer, otras descubrir vías diferentes para llevar a buen término un proyecto personal ahora truncado, y otras explicar por qué no es posible determinada aspiración de un ser humano. Pero desde tal orientación enfocada a quien es tu fin y tu principio. La persona, una vez más.

La Administración pública en su conjunto, de la que nos hemos dotado en las sociedades modernas, también ha de tener a las personas como principal grupo de interés. Y esto con el ánimo de facilitarles sus obligaciones, y de convertir la relación con lo de todos en una experiencia diáfana, basada en la transparencia y en la confianza mutua. La mejora de las condiciones de vida de la ciudadanía, en el sentido más amplio posible, ha de ser el objetivo último de ese marco que hemos construido para dotarnos de rumbo colectivo. Y ahí una Administración moderna ha de dar su do de pecho en términos de servicio público. Nobleza obliga.

Si todo lo anterior lo completamos con la máxima de que, en el comercio, el cliente manda y tiene la razón, siempre y cuando sus pretensiones y sus modos estén en los limites de lo razonable, volvemos a apostar por esa orientación a la persona. Y qué decir de la hostelería, donde el cliente es el eje de nuestra propia lógica, y en la que una persona satisfecha siempre es la mejor embajadora, por su propia reiteración en la relación clientelar -por un lado- y porque ejercerá un papel multiplicador, que nos traerá más negocio.

Con todo, personas como foco, personas como inspiración y personas como objetivo. Pero no únicamente desde la óptica meramente comercial o utilitarista. No. Orientados a las personas como concepto y hasta como "mantra", porque son lo nuclear de nuestra existencia, y porque constituyen -no cabe duda- el tesoro más grande que podemos encontrar a nuestro alrededor. Sin personas no somos nada y, en el límite, ni siquiera hubiéramos nacido sin el concurso y determinación de los demás.

Por eso esta reflexión que, como les digo, surgió hablando de personas y, más concretamente en tal caso, de personas que sufren y nos necesitan. Porque esta existencia, si hacemos caso omiso de las personas, de su acompañamiento, su algarabía, su apoyo y, también, sus cuitas, se me hace un tanto vacua y descentrada. ¿Y a usted? ¿Qué nos queda si, mutuamente, no apoyamos al otro, creemos en él, le ofrecemos nuestro respeto y servicio, nuestro reconocimiento y le facilitamos en lo posible su crecimiento personal?