Agresividad. Odio. Caos. Posturas encontradas durante años y años, con el diálogo brillando por su ausencia. Avisperos de la Humanidad, donde el mero hecho de ir viviendo se torna una labor casi imposible. Posturas tomadas sólo a partir de intereses económicos, desoyendo otros criterios mucho más sociales o basados en unos derechos humanos y, en particular, socioeconómicos, que tantas y tantas veces son sólo papel mojado. Inequidad extrema. Muerte. Muerte. Muerte...

Las imágenes que, a partir de pocos retazos, describo en el primer párrafo de esta columna no están tomadas de una película apocalíptica. Son parte de la realidad cotidiana de muchos de nuestros congéneres. Y, también, un reflejo patente y presente en nuestra sociedad, en términos de mayor sociopatía global, más agresividad y menor presencia y fuerza de todo lo que signifique colectivo: familia, amistad, sociedad civil...

Aún así, sin duda, esta es la mejor sociedad de todos los tiempos, en términos de inclusión social y de un cierto umbral de oportunidades para un porcentaje mayor de los individuos. Nada que ver con la práctica generalidad de los tiempos pretéritos, mucho más oscuros y basados en la dominación, el terror o las desigualdades, pero también una sociedad en la que queda muchísimo por hacer, muchos retos que afrontar y en la que, además, se divisan tendencias y signos de que, quizá, algún momento futuro pueda ser aún peor. Y es que hay cosas que, no cabe duda, dan miedo.

Por eso es tan importante la distensión. El diálogo. El saber entenderse. El pactar. El huir de los tópicos, tan presentes y tan dañinos en mil y un conflictos. El entender que, ante algunas de nuestras cuitas de todo tipo, unos y otros vamos a pensar distinto, asumiéndolo, y buscando fórmulas para poder seguir construyendo y trabajando, desde la discrepancia pero poniendo el acento en lo que nos une o, por lo menos, en lo que no nos destruye mutuamente. Es importante saber reír. Hacerlo de uno mismo, para empezar, y de los corsés de los que nos dotamos y que, al final, por serios que sean, no dejan de ser corsés. Es fundamental, en último término y cuando el panorama es realmente malo, saber entender también que, en cien años, todos calvos, y que este tránsito que pasamos con nuestros coetáneos tiene que ser, sobre todo, una invitación a tratar de ser felices y hacer felices a los demás. Es importante danzar, aunque sea sólo con el pensamiento, sabiendo leer mucho más allá de la doctrina. De todas las doctrinas. Es importante crear. Es importante.

Alguien explicó hace tiempo que la música es un lenguaje universal. Y es verdad. La música une y atrae. La música conmueve. La música hace sonreír, y reír, y mece los sentimientos más aletargados para que se conviertan en algo fluido y generoso. La música crea himnos, de esos que unen mucho más allá de las fronteras, y aportan paz y perspectiva. La música genera música, y mucha más música. Y si conseguimos que ella nos acompañe y nos mueva, habremos dado un paso tanto en una actitud proactiva ante la vida como, seguramente, en felicidad.

Hoy, 22 de noviembre, es el Día de Santa Cecilia, patrona de la música y de sus artífices, los músicos. De los músicos que dan conciertos en las más exclusivas salas, y de los que nos obsequian con unas notas desgarradas en cualquier calle de la ciudad. De los aprendices y de los virtuosos. De los que componen, y de los que no. De los tocados por la varita mágica del marketing, y que venden discos y llenan estadios, y de aquellos anónimos, que no los conoce ni su vecino, y que hacen verdaderas filigranas con escalas, arpegios, acordes y semitonos.

La música, agradecida y especial, tiene la capacidad de unirnos. Por eso soy de los que creen que a esta sociedad, la mejor que nunca hemos tenido pero manifiestamente mejorable, le falta mucha música. No hits ni bandas de culto, que de eso ya hay. Música de la que generamos a nuestro alrededor cuando sonreímos, silbamos, canturreamos o, simplemente, irradiamos paz. Música que dimana de la generosidad de un gesto que no espera nada a cambio. Y música sincera y telúrica, como la que puebla nuestro microcosmos cuando nos ilusionamos colectivamente con los demás. Música real, de la que produce un violín, una viola o tantos y tantos instrumentos más. Y música en el sentido figurado, que mueve el mundo.

Feliz Día de los Músicos y de la Música. De todas las músicas. Yo lo celebraré escuchando éxitos de un trío de músicos. De Los Panchos, por concretar. Ya les contaré algún día. Y ustedes, ya me dirán...