"Todos los reyes llevan el uniforme militar y se conceden las mayores recompensas al que ha matado más gente... Los soldados se reúnen para matarse unos a otros. Se matarán y se mutilarán decenas de miles de hombres y, después, se celebrarán misas de acción de gracias porque se ha exterminado a mucha gente". León Tolstói

Dicen que hay tantas fobias como personas, seguro que no es exacto tal aserto, porque yo me sé de alguno que aparenta tener seis o siete a cada cual más extravagante. Sí, parece estar cada vez más extendida la aprensión a los uniformes; allá cada uno que apande con ella, si no sabe de dónde le viene la manía, habrá de consultarlo.

Supongo que algo tiene que proceder de cuando las tribus se daban más estopa que hoy, entre vecinos, y tendrían que diferenciarse de alguna forma para evitar daños colaterales. Ya estoy asociando uniforme y violencia, también tendré que hacérmelo mirar.

Mientras tanto, recuerdo las viñetas de Romeu, La liga de los sin bata y su protagonista, Miguelito, fue una de las metáforas más logradas de la transición, los tiernos infantes que se rebelaban contra la imposición de la prenda aparentemente igualatoria, eran imagen de la resistencia antiautoritaria desde los últimos años setenta.

Esta uniformidad forzosa parecía chocar con los uniformes voluntarios, en general, que servían y sirven de parapeto, de coraza protectora, en resumen, de símbolo de autoridad, real o simulada.

Cuando vemos la bata blanca del médico ya nos tememos lo peor, cuando vemos los chalecos verdes fosforito ya adivinamos la presencia de la policía, aunque solo sea un deportista que quiere evitar accidentes o el jardinero que adecenta el césped de la rotonda. No piensen tampoco en túnicas, pijamas de cirujanos, hábitos, sotanas, togas con sus puñetas, no siempre traen buenos augurios.

Sin ánimo de comparar, la estética de las tribus urbanas y las pandillas callejeras no me provoca ninguna simpatía; incluso creo recordar imágenes en las que los probos ciudadanos, autodenominados "la manada", usaban como símbolo una camiseta corporativa en San Fermín, pero anunciando la violencia de los atributos que tienen por enseña.

Seguramente podemos observar con simpatía el uniforme con el que se protege el bombero armado con extintores, escalas y mangueras; pero no olvidemos que asociadas al uniforme muchas veces van las armas y lo que representan. Podemos ser biempensantes y sospechar que siempre nos defenderán, que estarán siempre manejadas con prudencia y gobernadas por cerebros bien amueblados; pero las realidades, con frecuencia, nos llevan por otros derroteros que conducen al conocimiento de energúmenos uniformados y armados con delirantes discursos incivilizados como los vertidos por unos guardias madrileños la semana pasada y que parecen gozar de amplio consenso entre sus semejantes, pues pocas y dignas han sido las voces que han osado denunciarlos. Ahora nos alarmamos porque la mensajería telefónica nos lo pone a tiro, pero conocer lo que se dice in vino veritas en las cantinas cuarteleras no es muy difícil, aunque no todo se claree en las redes.