Tiene la Lonja coruñesa una sala para ver amanecer. De noche, con la ciudad dormida, en la Lonja se descargan barcos de peces y mariscos deslumbrantes como joyas. Las cajas de plástico amarillas, azules y verdes se colocan sobre el suelo empapado de mar, en un caos ordenado por familias: aquí las merluzas, allá los rapes, los bonitos y mariscos en aquel extremo? Un hombre con botas y ropa de trabajo salta, con una libreta en la mano, de caja en caja, sin tocar la mercancía ni el suelo con la agilidad y precisión de un bailarín extraño. Las placeras se han calzado el mandilón y a estas horas, mientras buscan la mercancía del día, están afilando ya la lengua y el ingenio. Si te asomas al exterior, la ensenada coruñesa abraza a los pesqueros que se acercan para la descarga. Los focos provocan reflejos esplendorosos en las aguas nocturnas. La belleza de la estampa es innegable. La actividad y el ruido no cesan, son horas frenéticas. Todo está en movimiento, salvo la ciudad.

Me dicen que hace años se propuso la instalación de un sistema informático para pujar sólo pulsando un botón. La cosa no prosperó y a alguien habrá que darle las gracias por eso.

En las subastas de la Lonja de Coruña, la más importante de España en pescado fresco, no se usan ordenadores, ni micrófonos. Allí todo se expresa a viva voz, y cuando se le echa el ojo a algo, se puja con un grito conciso mientras el subastador va cantando números en rápida sucesión con una voz portentosa.

En la subasta de cada día se representa el viejo sistema de cómo se llega al precio de las cosas por oferta y demanda. Se hace en vivo y sin más red que la que trajo la pesca. Una clase de economía práctica por la que deberían pasar todos los estudiantes de empresariales del Campus de Elviña. Basta una anotación, una marca o impreso que se deja caer en una caja llena de centollas para que todos sepan que ahí hay un contrato sagrado. Esa caja es de Carmen, o de Dori o de Juan. Es así. Punto.

En la ciudad, en tantas cosas sofisticada y cosmopolita, aún late su corazón primigenio, ese puerto de pesca del que nació. Volver a la Lonja y participar del rito o contemplarlo, te pone ante las realidades básicas y tangibles, de quiénes somos y de la generosidad de un mar que, por muchas veces que lo veas, abruma con todo lo que ofrece a diario.

En el piso superior del edificio de la Lonja hay una sala grande acristalada de suelo a techo. Tras el ajetreo nocturno de las subastas en la planta baja, desde esa sala puede verse amanecer sobre Coruña. La posición elevada ofrece una perspectiva del mar y la parte antigua de la ciudad hasta el Castillo de San Antón, los primeros rayos de sol en el agua, los últimos pesqueros que van o vienen, las nubes teñidas de naranjas o violeta y el cielo que torna, poco a poco, a una claridad azul.

Los responsables de la Lonja no pueden ocultar su placer al saber la impresión que causa esta escena al visitante. Es espectacular, hermoso, increíble. Es otro día. La Lonja aminora su actividad mientras la ciudad despierta.