Tiempo de mercadillos. Los mercadillos tienen un no sé qué ya desde su propia denominación, así, en diminutivo. No mercado, que es otra cosa y tiene otra polisemia. Hay mercadillos de alimentos, de ropa, de juguetes.

Mercadillos dominicales y sabatinos. Hay mercadillos que se llaman rastro. Que si es muy grande y se celebra en Madrid en domingo se llama el Rastro. En el Rastro uno encuentra una vieja edición de una novela de Gómez de la Serna o Azorín, el casco de un militar decimonónico, una casaca de miliciano, ungüento contra los picores, cataplasmas, prismáticos, llaveros, folletos de la UCD o abrebotellas con el escudo del Atlético Aviación. Una vez compré allí un gran jarrón que olvidé en un modesto bar tras la tercera caña. Si no tomas unas cañas después de ir al Rastro parece que no has ido al Rastro, pero si te tomas más de dos sin una tapa ni nada, se te nubla la glándula de no olvidarte cosas y te vas dejando por ahí lo que compras. Todavía me pregunto quién tendrá mi jarrón, en qué salón o sótano andará expuesto o arrumbado.

Igual está roto. Perder un jarrón es un golpe que te puede dar la vida, así de pronto. Zasca.

Existen mercadillos ecológicos en los que uno compra ketchup sin aditivos, aguacates, miel, tomates grandísimos de formas poco estéticas y sabor sublime, mangos, quesos o vino cosechero sin etiqueta para trasegar sin protocolo, en casa, en buena compañía. Compañía que no es el jarrón, claro, dado que lo perdiste. Tiene algo de aventura pronunciar distraídamente la frase "vamos al mercadillo". O, mejor dicho, tiene algo de aventura lo que viene después, siempre que nuestra interlocutora o interlocutor dé su aquiescencia y responda con un entusiasmado y entusiasmante "vamos". Y allí que vas. Con la mejor disposición y una bolsa. Con las expectativas altas y la perspectiva de un feliz curioseo, un elegante aperitivo y tal vez un almuerzo improvisado o no que preceda a un sofaldo. También hay mercadillos cotidianos de día de labor, donde regateas un poco y te compras una bata o tres calzoncillos pero luego no se lo dices a nadie. Famoso es un puesto de zapatos en célebre mercadillo local cercano a mi domicilio. Pijas y pijos se calzan en él. Pero dicen que sólo compran en boutiques. A mí no me engañan. Andan como un jarrón.