Se les saluda, señores y señoras. A una semanita para la Navidad, tengan un buen sábado. Se lo deseo con sinceridad. Aquí estamos de nuevo, tratando temas que nos interesan, en una visión colectiva de una realidad compleja. A eso nos dedicamos, porque si no hacemos bandera y reflexión de lo que nos importa como conjunto, ¿no les parece que nuestro diagnóstico, actitud y reacción ante las cosas de la vida se pueden quedar un poco cojos, sólo desde lo individual, lo propio o lo sesgado por unos intereses concretos? Ahí, en ese punto concreto, estamos...

Y hoy con una propuesta a la que no podemos ser ajenos. Vuelvo a un tema clásico y muy recurrente en esta columna, como es el del tráfico y la conducción. Pero hoy no desde el punto de vista de nuestro comportamiento en la carretera, de nuestras actitudes o de los peligros que como usuarios generamos, sino del de las propias infraestructuras viales. Se trata de hablar de carreteras y de su peligrosidad. No cabe duda de que uno de los elementos más definitivos a la hora de hablar de accidentes.

Lo hago a partir de la última edición del informe del RACE -Real Automóvil Club de España- sobre eso mismo: carreteras y peligrosidad, muy recientemente publicada. Una nueva entrega, que se realiza en toda la Unión Europea, y que, en clave nacional, vuelve a poner en el punto de mira a algunas de las vías gallegas en tanto que su peligro estadístico, esto es, número de accidentes producidos en las mismas por número de coches que las utilizan. Tanto es así, y tan mal parados salimos, que es un tramo de una larga vía que atraviesa diferentes comunidades autónomas, pero muy presente en Galicia, la N-120 Logroño-Vigo, el que se lleva la palma de carretera más peligrosa de España, subiendo del segundo puesto del año pasado al primerísimo en este. Hablamos de los catorce kilómetros entre Següín (Ferreira de Pantón) y Penalva (Nogueira de Ramuín).

Pero lo grave no es solo ese primer puesto. Entre los cinco primeros tramos peligrosos del país, tres son para nuestra comunidad. Al antedicho primer puesto se suman el cuarto y el quinto, correspondientes respectivamente a la N-541 en Pontevedra y a la N-642 en A Mariña. Un cuadro de "honor" que bien merece una reflexión pausada. ¿Qué pasa aquí? ¿Tan mal estamos?

Pues, por una parte, no cabe duda de que la orografía gallega es difícil, y que los trazados sinuosos, con fuertes curvas y pronunciadas pendientes, pueden ser una de las realidades que provocan tal estadística. A partir de ahí, obviamente, hay soluciones técnicas para ello, y de hecho determinadas actuaciones puntuales han producido, en estos y otros puntos negros clásicos, bajadas drásticas o totales en la prevalencia de los accidentes. Pero un mal mantenimiento puede revertir lo logrado de forma fatal. Y es que, sin un programa de conservación adecuado, nada es eterno. Las beatíficas capas de rodadura con asfaltos especiales, por ejemplo, con el tiempo se deterioran y terminan por perderse. Y esto no es ciencia ficción: hay muchas carreteras gallegas, seamos serios, cuyo nivel de mantenimiento es malo o muy malo. Ello, unido a unas características de clima tampoco óptimas, influye mucho en los accidentes.

Pues ya lo ven: carreteras a veces muy peligrosas, en ocasiones relacionadas con un deficiente mantenimiento de las mismas o, peor aún, con la absoluta inexistencia de actuaciones encaminadas a cortar de raíz tal siniestralidad. Puntos negros que persisten, y que provocan un goteo continuo de pérdida de vidas humanas. Todo ello sucede en nuestra Galicia, en la que con una población muy dispersa, unas características climáticas complejas y una orografía difícil, la carretera es a veces la única alternativa real de comunicación. Una Galicia que, hoy, atesora el triste activo de contar con tres de los cinco tramos de carretera más peligrosos de España. Una realidad que deberíamos afrontar de forma práctica, como punto de partida para revertirla. Porque a todos nos va en ello la vida.