No sé por qué, pero de siempre ha sentido yo que soy diestro rotundo, admiración por los zurdos. Embobado me quedaba mirando la destreza de la tía Lola manejando las tijeras con su mano izquierda regordeta. Mi hermano Miguel jugaba de lateral zurdo porque la pierna izquierda era su fuerte, aunque para escribir y todo lo demás usase la mano derecha. He tenido ocasión de revivir todo esto viendo a mi sobrina Belén coger decidida con la izquierda una fuente en una reciente comida familiar, y al mentárselo me confió los pescozones y sinsabores que padeció en la escuela porque la obligaban, a ella que era y es zurda por nacimiento, a escribir con la mano derecha. Y la que le cayó cuando levantaba el brazo izquierdo al canto del Cara al sol. Fuera ya del ámbito doméstico, tener mano izquierda ha sido un don valiosísimo para resolver cuestiones políticas, empresariales y familiares de complicado planteamiento. ¡Cómo se ha echado en falta ante en reciente brote del separatismo catalán! Éste sigue siendo un problema latente tras las recientes elecciones allí. Ha vuelto a comprobarse que ello no se soluciona con el i mpongo y mando. Ojalá sea ésta una de las experiencias válidas que nos deja 2017.