Lo normal, querida Laila, en una sociedad con una democracia mínimamente madura, es que estemos continuamente inmersos en procesos electorales. Máxime en países tan complejos política y administrativamente como el nuestro. Piensa que hemos de elegir directamente a nuestros representantes en los ayuntamientos, en las comunidades autónomas, en el Congreso, en el Senado y en el Parlamento europeo. Lo más habitual será, pues, que los ciudadanos de este país tengamos elecciones todos los años. Y así ha sido, prácticamente, desde la aprobación de la Constitución en el año 1978. Creo que solo hubo desde entonces un par de años en los que no fuimos llamados a las urnas. Y no hablamos de otros procesos electorales de carácter no general como asociaciones de vecinos, sindicatos, clubes u otras asociaciones y corporaciones en las que también hemos de tomar decisiones. Esto es una consecuencia, afortunada consecuencia, de vivir y de convivir civil y civilizadamente en una comunidad de seres humanos, por principio, libres y, por naturaleza, sociales. Podemos decir, por tanto, que nuestra actividad electoral es necesaria para una vida colectiva sana y democrática, lo que no quiere decir que no implique algún esfuerzo, como, por ejemplo, puede implicar el caminar o hacer ejercicio para mantener una vida física saludable. Y te digo esto, querida, porque no es infrecuente oír quejas por tener que "soportar tantas elecciones de Dios". Incluso hay quien argumenta que tantas elecciones hasta son perjudiciales para los ciudadanos porque impulsan a los políticos a no pensar en otra cosa que en su reelección, convirtiéndolos en cortoplacistas crónicos, que abandonan el abordaje de problemas de fondo importantes que se deben proyectar y programar a medio y largo plazo. Así, dicen, "nuestros mandarines piensan más en la próximas elecciones y prácticamente nada en las próximas generaciones". Sin embargo yo creo, querida, que con menos elecciones no se arreglaría el problema y sí podría afrontarse, y en gran parte arreglarse, con el desarrollo de una mayor madurez cívica y política de los electores, a la hora de evaluar y valorar el trabajo de nuestros representantes, tal como ha sucedido ya en múltiples aspectos, que antes no tenían peso en nuestras decisiones electorales y ahora lo tienen.

Te cuento todo esto, amiga mía, porque este año, no sé si de gracia o de desgracia, es año sin elecciones. De los pocos. O al menos sin elecciones predeterminadas. Y hay quien piensa que los políticos pueden aprovecharlo para hacer cosas sin la presión electoral. Pues yo creo que no lo van a hacer. Primero porque no es claro que no vaya a haber elecciones ya que, por ejemplo, no estamos libres de que se tengan que repetir las catalanas o, lo que sería más normal, de que se tengan que adelantar las generales. Esto quiere decir que las elecciones están ahí como espada de Damocles y que, en todo caso, están como horizonte las municipales y parte de las autonómicas a la vuelta de la esquina. Será, pues un año sin elecciones, ma non troppo.

En conclusión, que este año va a ser un año no electoral, o sí, pero tan marcado como los otros por las elecciones. Circunstancia democrática esta que las mujeres y hombres, electores en este país, debemos aprovechar para premiar a los buenos y castigar a los malos, para rechazar a los cortoplacistas y apoyar a los corredores de fondo, para repudiar a los corruptos e impulsar a los leales servidores públicos. En definitiva, para ejercitarnos en la práctica del discernimiento político que convertirá en algo útil y gozoso el esfuerzo civil de votar.

En fin, querida, feliz año sin elecciones, ma non troppo.

Un beso.

Andrés