Queridos Reyes Magos... Con esta frase, muy de estas fechas, les saludo en esta segunda columna del mes y del año. Hoy, como no podía ser menos, en clave de solicitud a sus majestades de Oriente. Porque aunque estas ya hayan pasado esta madrugada por nuestros hogares, el mío es un inquérito más a largo plazo. No es algo que se haya podido haber dejado debajo de mi árbol, sino que lo que yo pido es algo que ni se cocina rápido, ni puede llegar de un momento para otro a nuestras vidas.

A los Reyes de Oriente les he pedido, y les sigo pidiendo, talento. Mucho talento. Talento en una sociedad en la que -como demuestra un reciente estudio de la Universidad de Stanford, del que se han hecho eco algunos medios y analistas aquí- este se pierde a raudales por falta de oportunidades de unos y por la necesidad de colocar a otros, tengan las competencias adecuadas o no. Talento del que no se beneficia la sociedad, y falta de talento que coarta las posibilidades de desarrollo de la misma.

Y es que está demostrado que los niños y niñas nacidos en el seno del uno por ciento más rico de la sociedad son los que acaparan los puestos más relevantes, independientemente de sus competencias y capacidades, su desempeño e incluso su formación para ello. Evidentemente hay factores estructurales en ello que no pueden ser soslayados, como la posibilidad de acceder a los mejores materiales, contar con los apoyos adecuados o tener un espacio mejor y más tranquilo para poder estudiar y desarrollar el intelecto. Pero... hay más. Y es que la sociedad ve impensable que tales cachorros desciendan de estatus respecto a sus familias, fallando los naturales ascensores sociales que deberían dar oportunidades a niños nacidos en el seno de familias menos acomodadas. Colocar a los que parten con un buen puesto de salida es, así, lo que se considera más importante. Y las aberraciones, a partir de aquí, son frecuentes y lacerantes para la buena marcha de las empresas: puestos en Consejos de Administración que no sirven absolutamente para nada, o pagos disfrazados de consultorías y otros conceptos sólo para mantener a alguien que no aporta nada, e incluso puestos de trabajo con contenido vacío, ligados únicamente al nombre y apellido de una persona.

Si todo ello lo vemos en clave individual, el precio es que aquellos niños que no están entre los más favorecidos -y estamos hablando de la práctica totalidad de todos nosotros- quizá nunca lleguen a desarrollar plenamente sus capacidades en el entorno profesional tanto como podrían. Pero lo más grave ocurre cuando la visión que aplicamos es la colectiva. Porque el talento es necesario. Hacen falta personas con visión, con dicho talento, con amplitud de miras, y que sepan ayudar a tomar las grandes decisiones estratégicas que tiene delante esta sociedad, en todos los ámbitos. Y es que, mucho más allá de las cuitas intestinas por las tonterías de siempre, en las Universidades habría que pensar con más visión que la del Plan de Organización Docente de cada año, verdadera fuente eterna de fobias y filias, o en la empresa tomar decisiones con un calado más importante que sólo el de ganar dinero hoy, a costa de lo que sea y sin una mínima visión más allá de donde llegan nuestros ojos.

El talento es fundamental para liderar esta sociedad, muy por encima de las guerras entre los partidos políticos y dentro de cada uno de ellos. Sólo el talento resolverá nuestros problemas en las grandes crisis, sean estas debidos a nuevas amenazas víricas, a algún asteroide con rumbo de colisión hacia el planeta, o a la propia dinámica interna de una sociedad en la que algunos derrochan y muchos no tienen donde caerse muertos, literalmente, en un esquema que es de suma cero. El talento es necesario, porque es el que produce un avance real de la sociedad, más allá de la minucia de cómo nos coloquemos cada uno de nosotros, que aunque en clave individual sea la cuestión nuclear, si miramos en conjunto se torna irrelevante y hasta de mal gusto.

Por eso, queridos Reyes Magos, hoy os he pedido talento. Lo hago porque todos sabemos cómo va hoy en tantos casos esto de la selección y la promoción, sin que méritos, competencias, currículos y capacidades no avalen realmente a las personas. Lo hago porque observo que la evaluación del desempeño no es la pieza fundamental que debería ser en muchos departamentos de selección. Lo hago porque observo que la meritocracia ha sido sustituida por procedimientos mucho más moldeables para fijar a los afines o los más recomendados y desembarazarse del resto. Y porque, a partir de todo ello, porque entiendo que, en esta nuestra sociedad gallega y española, vamos para atrás. Los inaceptablemente altos niveles de nepotismo, redes clientelares, falsos currículos y altísima presión de determinados grupos para poner por encima a los suyos en las más altas responsabilidades en lo privado y en lo público, en lo académico y en la empresa nos hacen mucho más pobres y necesitados en cuestión de dicho talento.

Y es que, en clave colectiva, ni siquiera la socorrida salud individual es más importante que dicho talento. Para la Naturaleza todos nosotros somos meros seres que completarán su ciclo, y desaparecerán. Lo que queda, la línea verdaderamente inmanente de nuestra huella, tiene que ver con nuestra estrategia como grupo, y con que seamos capaces de colocar a los mejores donde tienen que estar, por encima de los intereses individuales y de grupo. Si no lo hacemos así, nuestro declive será cada vez más acusado.