Tanto como disfruté entonces, disfruto ahora contándoles el caso de las escandalosas escobillas del coche. Al cabo de cien mil kilómetros juzgué que debía cambiar la viejas por unas nuevas que me habían obsequiado en una promoción, pero una vez colocadas ocurría que una de ellas más que limpiar el cristal lo barrenaba a saltos produciendo un molesto pedorreo. Desconcertado pues se trataba de escobillas nuevas, en el taller al que acudí escucharon displicentes mi queja y al instante me dicen que eso ocurre porque no encajan bien al no ser escobillas originales de la marca del coche sino recambios genéricos. Por lo visto los fabricantes del vehículo de mi marca, y de otras más, dejan una pestaña en el brazo de enganche de la escobilla para que te veas obligado a recurrir a los recambios originales. Pero frente a la argucia de los fabricantes -me imagino a sesudos ingenieros alemanes-, que planean esos resaltes que impiden el uso de recambios no originales, está la habilidad del mecánico curtido en mil triquiñuelas que encuentra la forma de burlar ese obstáculo cortando la pestaña de marras. Ahora mis escobillas genéricas, sin ruido alguno, limpian el cristal que es un primor.