"Porque toda patria, para los que la amamos,

-de acuerdo con mi personal experiencia de la patria-

tiene también bastante de presidio" .

En ti me quedo, Ángel González

Permítanme unos segundos de demagogia vulgar y barata, escapista y apátrida. Supongan que estoy esperando la instrucción de un juzgado que posiblemente condene mi conducta, porque mis actos han sobrepasado los límites de cualquier código, porque he defraudado a Hacienda más de lo permitido, porque he circulado en sentido contrario en la vía pública sin carné, sin seguro y con coche robado o porque he maltratado al prójimo. Me comunican unas medidas cautelares que implican la privación de libertad, lógicamente me reboto -o como se diga- porque yo soy, un suponer, anestesista y sustituirme en mi puesto de trabajo es prácticamente imposible, por lo tanto -y por el bien de los enfermos- he de estar libre para atenderlos. Si fuese pescadero en el mercado podría argumentar lo mismo. Es decir, no puedo ser médico ni pescadero por videoconferencia; parece ser que otros oficios sí se pueden ejercer desde Bruselas o desde cualquier centro penitenciario.

Es cierto que cualquier ciudadano tendría que poder decidir qué pescadero le limpia la merluza o qué anestesista le duerme para arreglarle la cadera; pero no es menos cierto que, en una lista electoral cerrada, todos hemos votado las siglas que encabezan la papeleta, por lo tanto, hemos dado conformidad a que cualquier nombre que allí figure nos represente, si es que está disponible y lo desea; en caso contrario, ya habrá posibilidades de relevo.

Afirmo que todos tenemos alguna tara que nos limita, hay veces que es más nítida y otras, más opaca. Trato de analizarme y compruebo que soy cada vez más bajito, que soy un canijo de solemnidad, que podría andar más arrastrado que Gregorio Samsa, otro suponer.

Tan canijo me considero que si me encontrase ante Rodrigo Rato y tuviese opción de preguntarle -no de acosarle, por favor- solo me imagino acurrucadito bajo su hombro, por encima del cual me estaría observando ese genio de las finanzas al que conservo en mi memoria, no solo tocando esa ridícula campana de la Bolsa, sino acudiendo a retiros de meditación budista -ese es mi Rato- a las órdenes de un gurú para que le cure el estrés, la ansiedad y aumente su virtud. Suponía que la comida vegetariana y las rutinas monacales del evento le habrían hecho efecto antes de comparecer en las Cortes; pero -visto lo visto- han fracasado los inductores a la meditación, puesto que la reencarnación del político del que se ha sabido que ocultó varios millones en sociedades opacas panameñas, además de las tarjetas y otras baratijas, se ha frustrado; sigue alto y fuerte, mirando por encima del hombro a los mortales.

Menos mal que tenemos a Trump que nos recuerda lo que somos, un cagallón fluyendo por riachuelo, cual Ulises, pero que aún somos útiles para albergar sus bases militares con sus barcos y sus aviones que nos protegen no sé muy bien de quién.