Fue hace un año ya -cómo pasa el tiempo- cuando tomó posesión de la Presidencia de los Estados Unidos el excéntrico millonario Donald Trump. El día que, precisamente, fue proclamado posteriormente por el señor Trump "Día Nacional de la Devoción Patriótica". Suena raro, o quizá al menos un poco mesiánico, ¿no? Porque una cosa es que la ciudadanía te dé su confianza para gobernar el país, y otra bien distinta que tú entiendas que hay un contundente antes y un después de tal día. Como si tú fueses el elegido para conducir al rebaño por donde tiene que ir, es decir, por el camino que marcan solo tus ideas...

Lo cierto es que, desde entonces, no hemos parado de sorprendernos con las andanadas lanzadas por el presidente, la mayoría vía su medio favorito, Twitter. Es cierto que nuestra óptica europea es nítidamente diferente de lo social y políticamente predominante en el gigante americano, por muy cerca que entendamos tal sociedad, pero algunas claves creo que son lo suficientemente objetivas como para plantearlas en términos bastante globales confundiéndonos poco.

En estos doce meses Trump ha despotricado -de forma agresiva y extraña en un alto dignatario- contra quien le ha parecido oportuno, ha amenazado -o cumplido- con sacar a su país de buena parte de los compromisos multilaterales firmados, ha pedido o ha exigido a otros -como a Europa- políticas y gestos netamente diferentes, y hasta ha insultado a quien le ha venido en gana. La última, de la que nos hacíamos eco aquí el otro día, los presuntos "agujeros de mierda" en que convirtió a países como Haití o El Salvador. O -y esta sí que está confirmada- su preferencia de que sean los noruegos los que emigren a su país. Precisamente los noruegos que, salvo excepciones, no tienen ningún interés en ello. Porque, ¿saben? el fenómeno migratorio está producido precisamente por unas condiciones de vida precarias, muy precarias o, directamente, dramáticas. Es decir, las que no tienen los noruegos... ¿Sabrá eso Trump?

Pero lo cierto es que, ruido y parafernalia aparte, tampoco hay tantos cambios en la era Trump. Creo que en eso se nota la tradición democrática de los Estados Unidos, cuya inercia administrativa y técnica frena en buena medida la estulticia de cualquier botarate que sea elegido presidente. Algo que en el caso de Trump también habría que ver, porque lo cierto es que quizá el hombre sea mucho más prudente, cuerdo y capaz de lo que aparenta, y sus boutades solo sean el resultado de una calculada puesta en escena que, digan lo que digan, le está dando sus resultados en términos de popularidad entre sus votantes. Exactamente igual que, si me permiten la comparación, les ocurría a aquellos chicos y chicas de American Pie y la consabida popularidad en el instituto...

Cambios pocos, como decimos, con menos deberes hechos de los que pudiera parecer en aquello tan suyo de demoler todo lo que recordase a Obama, y en especial el Obamacare. Sí que ha puesto en marcha con éxito su Reforma Fiscal, suavizada bastante, pero dándole bastantes alas y respiro a las empresas, vía reducción del Impuesto de Sociedades. Y alguna cosita más, como por ejemplo lo que atañe a un mayor conservadurismo en la Justicia, a partir de la elección de Neil Gorsuch para la Corte Suprema. Pero, en general, mucho más fuego de artificio que realidad, por ahora.

Pero si hay un tema que verdaderamente le va bien a Trump, ese tiene que ver con la economía. Quizá el America First haya calado de verdad en lo que atañe a los mercados, porque el Dow Jones está verdaderamente en un momento excepcional. Curiosa -o cínica- que es la dinámica económica, porque el discurso autárquico del presidente podría presagiar todo lo contrario, apuntando directamente a una contracción y a un enfriamiento de la cosa del dinero. Pero ya ven...

Tres años quedan para que termine el primer mandato del presidente Trump. ¿Lo agotará? Quién sabe... Fíjense que en Estados Unidos -y aquí sí que nos llevan una ventaja abismal- los congresistas no están tan cautivos de su partido como aquí y, por encima de todo, defienden los intereses de los suyos, votando mucho más a su libre albedrío.

Lo cierto es que Trump no nos va a dejar indiferentes. Seguirá haciendo un discurso populista, culpando a los inmigrantes de casi todo, empeñado en cerrar completamente la frontera con México con el muro más impenetrable que uno se pueda imaginar, echando gasolina a conflictos enquistados, como el palestino-israelí -reconociendo a Jerusalén como capital de Israel-, y provocando estupor con sus declaraciones sobre temas críticos, como el cambio climático. Nada indiferentes, pues, y bastante, bastante entretenidos.