Saludos, señoras y señores. Hoy llego a ustedes con una columna escrita ayer, 30 de enero, en una nueva edición del DENIP, Día Escolar de la Paz y la No Violencia, dedicada en los ámbitos escolares a la paz. Una jornada en la que se conmemora la muerte de Mahatma Gandhi, por cierto hace exactamente setenta años. Y en la que se quiere dar valor a la importancia de la resolución de conflictos a partir del diálogo, la mediación y el rechazo explícito a cualquier forma de violencia. Algo vigente, necesario y hasta imprescindible siempre.

Escribo esto recién llegado a casa, después de un ratito de viaje en coche. Y, en la radio -Radio Nacional- he escuchado las palabras de Fran Equiza, representante de Unicef en Siria. Hacía tiempo que no oía su voz. Con él coincidí varios años en Oxfam Intermón -entonces Intermón Oxfam-, donde tuvimos diferentes responsabilidades. Él, entre ellas, la de director del Departamento de Cooperación Internacional. Hace ahora algo más de diez años me encargó una breve misión en Guatemala, maravilloso país donde tuve la ocasión de pasar cuatro meses. Y, ya ven, la vida continúa, con él en Siria y yo escuchándole en nuestra Galicia. Me ha hecho ilusión hacerlo, aunque la temática que transmitía -que conozco, por él, por su actual organización y por otras fuentes- verdaderamente ponga los pelos de punta. Aunque se puedan vislumbrar algunos ribetes de esperanza. Contaba, por ejemplo, la historia de una mujer que había vuelto a su derruida casa y que, atendida por personal en terreno para conocer sus necesidades, pedía agua y, también, que reconstruyesen ya la escuela. No su casa. Lo que necesitaba esa mujer, sobre todo, era pensar en un futuro mejor para sus hijos. No sé si tenía mucha o poca formación, o cuáles eran sus circunstancias exactas, sin duda difíciles. Pero su discurso era preclaro. Sin educación la condena es infinita: vivir en un pozo, del que no se puede salir. Y, aún con ella, no crean que muchas veces no es complicado...

Es por eso que, al hilo de la Jornada Escolar de la Paz y de las terribles vivencias que muchos seres humanos viven en verdaderos avisperos de la Humanidad, a eso dedico hoy mi columna. A cómo sigue siendo muy complicado el mero hecho de vivir, en un mundo en que, atención, uno de cada cuatro niños vive en una situación de emergencia humanitaria. ¿Exagerado? No, en absoluto. De hecho la propia organización donde hoy muchas personas como Fran lo dan todo, Unicef, Agencia de Naciones Unidas para la Infancia, ha sido contundente. Si no se produce una inyección extra de tres mil millones de euros por parte de su matriz, Naciones Unidas y, a la postre, por los países afiliados, la situación para muchos niños y niñas puede empeorar mucho más aún. Y tengan en cuenta que muchos de ellos están en un momento crítico.

La miseria, la inequidad y la desigualdad no son maldiciones divinas o fruto de la inoperancia o la corrupción, que aquí también existen. La guerra y los conflictos que engendran más conflictos no son tampoco un mal que no tenga remedio. Todo ello tiene que ver con una forma de entender el mundo, intereses de quien saca partido en ello, y el mirar para otro lado de otros actores cuya acción sería clave para que eso no ocurriese. Y, sin duda, la erradicación de todo ello es posible. Sólo hace falta que haya personas convencidas, estados eficaces, y una sociedad civil que verdaderamente crea en un mundo más justo, trasladando desde la agenda de la calle a la de la política los temas lacerantes a los que hay que dar respuesta. Sin todo ello, no se puede avanzar. Pero eso implica que, con tales ingredientes, hay luz al final del túnel. Construir tal escenario, por ejemplo con jornadas como la de hoy -el DENIP- es un horizonte estimulante y retador. Y posible, como digo. Y el primer paso es creer en ello.

Me despido ya. Les dejo deseándoles felicidad e ilusión, por encima de todo. Yo me he acostado ayer con cierto desasosiego, después de escribir estas líneas, pensando en cómo se puede mantener esa ilusión en la devastada Alepo, que fue la ciudad habitada más antigua del mundo y hoy destruida por la guerra. En sus habitantes, sin agua potable y sin casi nada. En personas con tantas necesidades primarias y tan pocas respuestas... Creo que es importante concentrar los esfuerzos globales en cambiar paradigmas que nos llevan a desastre tras desastre. Y de los que ni aprendemos ni tenemos trazas de querer hacerlo. Quizá sus hijos o sus nietos estos días hayan recibido pinceladas de lo contrario en sus colegios, celebrando el DENIP que un día de 1964 Llorenç Vidal, poeta y pacifista mallorquín, creó. Bien. Sepa usted que ellos son nuestra esperanza...